Pequeña mitología parisina, una crónica de Alfredo Bryce Echenique


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Fotografía de Jean Marie del Moral.
www.elboomeran.com | 14/1/2009
REVISTA ROOM
Pequeña mitología parisina, una crónica de Alfredo Bryce Echenique
El escritor peruano regresa al París donde vivió entre 1969 y 1984, y muy a su manera -divertido, nostálgico, cariñoso, todo al mismo tiempo-, recorre los restaurantes, bares, cafés, hoteles y terrazas que guiaron sus pasos en esos años entre la escritura de Un mundo para Julius y El hombre que hablaba de Octavia de Cádiz.

Conocimiento y poder: de San Agustín a San Foucault


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www.elboomeran.com | 20/11/2016
CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA
Conocimiento y poder: de San Agustín a San Foucault
Juan Herrero Brasas escribe en la revista Claves de Razón Práctica un artículo publicado en dos partes (el nº 247 y nº248), donde analiza la relación entre el conocimiento y el poder. En el primer artículo repasa los principios epistémicos dominantes en el mundo occidental antes de Ilustración, a los que se establecen como formas dominante de adquisición del conocimiento en el pensamiento moderno, y finalmente a la aparición de la devastadora crítica postmoderna en las últimas décadas del siglo XX. En el segundo artículo explora más en detalle los acontecimientos que contribuyeron a justificar la crítica postmoderna ante la opinión pública, y sus consecuencias en el proceso de emancipación de las minorías sociales.
[Comienzo del artículo]
La relación entre conocimiento y poder ha sido motivo de intenso debate en las últimas décadas. La tan traída y llevada postmodernidad ha contribuido decisivamente a identificar la crucial importancia del binomio conocimiento/poder en la evolución de todo paradigma social y cultural.
Por lo que a la cultura occidental ser refiere, podemos distinguir tres modelos epistemológicos: el premoderno1, el moderno y el postmoderno. También de un modo muy general, asociaremos cada uno de estos modelos a uno o varios periodos históricos: el premoderno con el periodo que va desde la expansión del cristianismo hasta finales del siglo XVII, el moderno desde ese momento hasta la segunda mitad del siglo XX, y el postmoderno en las últimas cinco décadas.
Recurro a la periodización de la historia por conveniencia de exposición y simplicidad conceptual, puesto que todos hemos crecido con esos esquemas, pero siempre con la advertencia de que dicha aproximación al estudio de la historia es elitista y no representa plenamente la realidad social y cultural de cada momento en su extrema complejidad.

El insoportable peso de la levedad científica


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www.elboomeran.com | 27/11/2016
CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA
El insoportable peso de la levedad científica
En este nuevo número de la revista Claves de razón práctica Carlos López Otín reivindica el papel de la investigación científica. En medio de tantas incertidumbres sociales, de tanta ausencia de reflexión y pensamiento, hay que impulsar la educación a todos los niveles y desde el principio, aprovechando los momentos en los que el deseo de aprender y la atención son máximos. Es fácil comprobar que los países que más han progresado en los tiempos recientes son aquellos que han impulsado un sistema educativo innovador y alejado de los lógicos vaivenes de las alternancias políticas. 
[Comienzo del artículo]
"Quien busque el infinito, que cierre los ojos”. No tengo el don de la memoria absoluta que Borges concedió a Ireneo Funes, pero todavía recuerdo cuando, siendo apenas un niño, seguí por primera vez y de manera intuitiva este luminoso consejo que unos cuantos años más tarde pude leer en La insoportable levedad del ser, de Milan Kundera. En un lugar remoto del Pirineo aragonés, rodeado de una Naturaleza imponente, cerré los ojos y me pregunté si sería posible entender el mundo y la vida. Desde entonces, muchas veces me he repetido en voz baja esta pregunta que parece de improbable respuesta. Tras aprender a leer y escribir en uno de los más de 6.000 lenguajes dife - rentes inventados por el Homo sapiens, tuve la fortuna de encontrar una manera de aproximarme a la búsqueda de respuestas científicas a estas humanas cuestiones. Así, guiado por inolvidables mentores emprendí un viaje hacia el centro de la terra incognita con el único afán de ayudar a destejer el brillante arco iris de la vida y las oscuras sombras de las enfermedades.
Hoy, tras más de 40 años de exploración del mundo minúsculo, el que late en el interior de cada célula de cada organismo vivo, de los guisantes a los elefantes, de las bacterias a los hombres, me atrevo a preguntarme también en voz baja cuál es el impulso que nos mueve a buscar el conocimiento. El deseo de aprender y la emoción de des - cubrir son sensaciones difícilmente comparables con la mayoría de las que puede experimentar un ser humano y ambas están situadas en la cumbre de mi particular censo de los sentidos, que incluye unos cuantos más de los cinco tradicionales. Por ello, no deja de sorprenderme el desdén que nuestra sociedad en general, y muchos de nuestros representantes institucionales en particular, demuestran hacia los buscadores del conocimiento en cualquiera de sus facetas. Personalmente, no distingo entre unas y otras formas de aprender, pues todas son lo mismo y la misma cosa son. A mi juicio, la separa - ción entre Ciencias y Letras, o entre Tecnología y Humanidades, es ficticia y contraproducente. 

Schmitt: el último reaccionario


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www.elboomeran.com | 04/12/2016
CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA
Schmitt: el último reaccionario
En este artículo de la revista Claves de razón práctica nº 249 Juan Francisco Fuentes escribe una reseña sobre el libro "Carl Schmitt, pensador español" del joven bilbaíno Miguel Saralegui. El libro pretende evaluar el éxito o el fracaso del proceso de supervivencia intelectual llevado a cabo por el filósofo alemán tras la derrota del III Reich. A lo largo de este proceso, la cultura española desempeñó un papel fundamental como fuente de inspiración en su afán de adaptarse a un medio histórico adverso. El resultado es la careta, que Schmitt utilizará en su deambular intelectual hasta su muerte cuarenta años después, cuando España se haya convertido en una democracia europea y su viejo amigo Tierno Galván en alcalde socialista de Madrid.
[Comienzo del artículo]
Carl Schmitt, pensador español es un excelente libro, equívoco en su título y provocador en su planteamiento. Su autor es un joven profesor e investigador español que tras un largo periplo académico por España (Navarra, Barcelona y País Vasco), Europa (Cambridge, Calabria y Tréveris) y América (Buenos Aires y Santiago de Chile) ha recalado en la Universidad Diego Portales, de la capital chilena, como profesor de filosofía. A  su extraordinaria formación, añade una madurez intelectual que se refleja en un estilo apasionado y certero, que resulta elegante e imaginativo sin dejar de ser riguroso. El lector hará bien en quedarse con su nombre, porque Miguel Saralegui (Bilbao, 1982) lo tiene todo para convertirse en un autor de referencia en su especialidad: una concepción de la filosofía a caballo entre la historia de las ideas y el estudio del pensamiento político. Con todo, su sitio está más en el campo de la filosofía pura que de la historia, con sus servidumbres cronológicas y su corolario de procesos y acontecimientos.

"La idea" primer film animado de corte filosófico (1932)


Un vago sentido de la inquietud se instaló sobre Europa en el período entre la primera y la segunda guerra mundial. A medida que los líderes autoritarios y las facciones fascistas encontraron apoyo en la ciudadanía, el creciente temor de Europa fomentó algunas de las representaciones pictóricas, literarias y cinematográficas del totalitarismo más impactantes del siglo XX. Era casi inevitable que este período viera el nacimiento de la primera película animada profundamente filosófica, conocida como "La idea". "La idea" surgió por primera vez como una novela en 1920, dibujada por Frans Masereel. quien quizo plasmar en blanco y negro la naturaleza indomable de las ideas, fue llevada a film por el cineasta checo Berthold Bartosch.  
Masereel representó una lucha de orden político conservador contra el nacimiento de una nueva idea, que finalmente floreció a pesar de los intentos implacables del establishment por reprimirla. Sobre esta novela, el cineasta checo Berthold Bartosch estuvo dos años animando esta película. El estilo visual de Bartosch mantuvo las líneas ásperas y vivas de Masereel. Su versión de la historia, sin embargo, tomó una dirección decididamente más triste - una que recuerda más a la escritura de su compatriota, Franz Kafka. 
"La idea" es la primera película animada creada como una obra de arte con temas serios, incluso trágicos, sociales y filosóficos. 
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Duración: 25 min




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Retornos de Gramsci

La avalancha de biografías y ensayos inspirados en el filósofo italiano refleja la actualidad de su obra, inspiradora tanto del populismo español como de la derecha radical en Francia y Estados Unidos
Pier Paolo Pasolini, frente a la tumba de Antonio Gramsci, en 1970.
Pier Paolo Pasolini, frente a la tumba de Antonio Gramsci, en 1970. ANSA
JORGE TAMAMES

"Hemos de impedir durante 20 años que este cerebro funcione”. El fiscal que en 1928 sentenció a Antonio Gramsci tras pronunciar este exabrupto fracasó sonoramente en su empeño. Aunque el dirigente comunista italiano (1891-1937) no sobrevivió al cautiverio que le impuso Mussolini, lo empleó para escribir sus Cuadernos de la cárcel: un total de 30, compilados en seis volúmenes de anotaciones y ensayos heterodoxos, cuya influencia trasciende al canon marxista en el que se inscriben.
En una tradición propensa a debates bizantinos y herméticos, las reflexiones de los Cuadernos de Gramsci brillan por su utilidad. Resultaron clave —combinadas con la teorización del populismo que realizaron Ernesto Laclau y Chantal Mouffe— en la estrategia fundacional de Podemos. Pero también destaca su capacidad para influir en tradiciones políticas ajenas: desde las derechas radicales en Francia (a través de la Nouvelle Droite) y Estados Unidos (mediante la figura de Samuel Francis y proyectos como Breitbart) hasta la reciente campaña del demócrata moderado Pete Buttigieg, hijo del principal académico y divulgador estadounidense de Gramsci.
En el pensador sardo confluyen así gancho práctico e interés teórico. Como muestra, la avalancha reciente de traducciones de obras inspiradas en la suya: desde la biografía de Giuseppe Fiori (Capitán Swing, 2016) hasta los ensayos de Perry Anderson (Las antinomias de Antonio Gramsci y La palabra H, publicados por Akal en 2018). En el plano de análisis nacional, Dominación sin hegemonía, de Ranajit Guha (Traficantes de Sueños, 2019), empleó un enfoque gramsciano para describir las relaciones subalternas en el Raj británico y la India poscolonial; El largo camino a la renovación, de Stuart Hall (Lengua de Trapo, 2018), hizo lo propio con el thatcherismo en el Reino Unido. Fuera de España, Leftism Reinvented (Harvard University Press, 2018), de la socióloga Stephanie Mudge, hace una lectura original e inteligente de Gramsci para trazar la evolución de la socialdemocracia occidental en el siglo XX.
A esta galería se suma ahora Vida y pensamiento de Antonio Gramsci (1926-1937), también de la madrileña Akal. Escrito en 2012 por Giuseppe Vacca —historiador, presidente de la Fondazione Istituto Gramsci y oriundo de Bari, donde el sardo pasó la mayor parte de su cautiverio— y traducido al español por Antonio José Antón Fernández, se trata de una biografía intelectual extensamente documentada. Vacca se vale de material recabado durante décadas de investigación —principalmente correspondencia epistolar— para trazar la evolución del pensamiento de Gramsci e imbricarlo en un tapiz de relaciones complejas: con su mujer, Julia Schucht; con otros dirigentes del partido; con el movimiento comunista internacional durante el ascenso de Stalin y con el economista Piero Sraffa, cuya asistencia fue clave para la redacción de los Cuadernos. El objetivo es aunar teoría y biografía para hacer justicia a la observación del dirigente comunista Palmiro Togliatti: “Gramsci fue un teórico de la política, pero sobre todo fue un político práctico, es decir, un combatiente […] Toda la obra escrita de Gramsci debería tratarse partiendo de [esta] consideración”. Estamos ante un trabajo meticuloso, esencial para quienes busquen profundizar en la filosofía de la praxis gramsciana.
Gramsci, visto por Sciammarella.
Gramsci, visto por Sciammarella.
¿Cuáles son las líneas maestras de este pensamiento? Aunque muchos de sus conceptos clave —sobre la función de la hegemonía, el partido político como “príncipe moderno”, la guerra de posición y movimiento, o el papel del intelectual orgánico— han adquirido popularidad por cuenta propia, todos se pueden inscribir dentro de una matriz común en la que destacan tres elementos. El primero es la consideración de la cultura nacional, las normas y los valores como un terreno de disputa fundamental para alcanzar y ejercer el poder político. Esta sensibilidad convierte a Gramsci en el máximo exponente de lo que Michael Burawoy denomina un marxismo sociológico, alejado del determinismo económico que caracteriza a las ramas más ortodoxas (y torpes) de la tradición. El segundo elemento, derivado del primero y ejemplo del legado intelectual de Maquiavelo en Gramsci, es una apreciación de la autonomía de lo político. Lejos de reducir la competición electoral a un apéndice de las relaciones de clase, la virtud y la fortuna intervienen a la hora de formular estrategias, maniobrar contra adversarios o explotar una coyuntura con talento. Aquí aparece el tercer elemento clave: la posición de Gramsci, en la expresión de Eddy Sánchez, como un teórico de la coyuntura, cuyo análisis “se pone al servicio de la acción política concreta que permita captar, en cada momento, el problema central y actuar en consecuencia”.
Nada de esto, sin embargo, explica su popularidad actual. En la posguerra el pensamiento de Gramsci atravesó décadas de hibernación, circunscrito a y patrimonio del poderoso Partido Comunista de Italia. Redescubierto en los setenta, tampoco alcanzó entonces el aclamo de marxistas como Louis Althusser, que hoy suscitan un interés pasajero. En los ochenta, cuando la nueva izquierda británica procura entender la ruptura del orden de posguerra que trajo el thatcherismo, reemerge al fin el interés por su legado. Contra el historiador Eric Hobsbawm, que subestimó a Margaret Thatcher como una aberración pasajera, Stuart Hall supo entender que la Dama de Hierro tenía un plan para reconstituir el sentido común británico soldando dos ideologías en apariencia incompatibles: el conservadurismo moral inglés y la ideología del libre mercado. Anticipándose a sus victorias electorales en los ochenta, Hall explicó que las contradicciones en el interior del thatcherismo –entre, por ejemplo, los intereses de pequeños propietarios y grandes empresas– no eran un síntoma de debilidad, sino prueba de su voluntad de aglutinar un bloque social heterogéneo en torno a un proyecto político transformador. Perry Anderson, siempre parco en sus elogios, describió este análisis como “el ejemplo más clarividente de un diagnóstico gramsciano de una sociedad”.
El avance del neoliberalismo en los ochenta también trajo innovaciones en el terreno de la economía política y el desarrollo. El ejemplo más claro es la teoría de la dependencia, que planteó la existencia de tensiones entre el centro y la periferia del sistema de producción mundial, donde el desarrollo del primero es parasitario del segundo. Aquí, de nuevo, la huella de Gramsci es perceptible. Nacido en un pueblo humilde de Cerdeña, combinó su origen campesino con la agitación política durante el bienio rojo de Turín (1919-1920). Esta experiencia directa de las diferencias entre el mundo rural y urbano le permitiría teorizar los límites de la acción revolucionaria en Italia: en concreto, la persistencia de una “cuestión meridional” que obligaría a los obreros industriales y urbanos del norte a establecer una alianza histórica con el campesinado pobre del Mezzogiorno si aspiraban a gobernar el país.
Retornos de Gramsci
Estos dos ejemplos indican que el atractivo de Gramsci también reside en que fue un teórico de la derrota. La revolución rusa y la caída de los imperios centroeuropeos llevaban consigo la promesa de un futuro emancipador, capaz de trascender las contradicciones que desembocaron en la Primera Guerra Mundial. En vez de eso Europa presenció un empuje contrarrevolucionario, seguido de la restauración del orden económico victoriano, el auge de la extrema derecha y la deriva hacia un conflicto aún más sangriento. El año 1918 no representó el fin utópico de la historia, sino un interludio gramsciano: cuando lo viejo no termina de morir, lo nuevo no termina de nacer y se multiplican los síntomas mórbidos.
Los paralelismos con la actualidad abundan. Barack Obama entró en la Casa Blanca con una retórica mesiánica de cambio y esperanza. El desplome financiero de 2008 nos emplazaba a “refundar el capitalismo”, en palabras del entonces presidente francés. La reconfiguración se produjo, pero no en la dirección que parecía abrirse tras el colapso de los modelos macroeconómicos neoliberales. Al contrario, de 2010 en adelante se apostó por las políticas de austeridad, combinadas con la represión de los colectivos más damnificados por la crisis. En la zona euro también se ha instaurado, como señala Eddy Sánchez, una nueva “cuestión meridional” que obliga a los Estados miembros del sur a anclarse en modelos de crecimiento dependientes del turismo, el sector servicios y la especulación inmobiliaria.
El resultado de este proceso no es solo un aumento de la precariedad y desigualdad económicas. Durante la década pasada hemos presenciado cambios profundos en las identidades políticas: desde el auge del populismo y la fragmentación de los sistemas de partidos tradicionales hasta la consolidación de enormes brechas generacionales, pasando por la emergencia de lo que el politólogo José Fernández-Albertos denomina “precarios políticos” y los dilemas de la clase trabajadora tradicional, atrapada entre los fracasos del centro-izquierda y los cantos de sirena del nacionalismo. Movimientos que no siempre guardan una relación lineal con el devenir de la economía, pero que difícilmente hubiesen sorprendido a Gramsci.
El mundo actual se ha vuelto desconcertante para quienes se acomodaron al que le precedió. Volvemos a encontrarnos en un interludio, donde lo viejo agoniza pero lo nuevo no termina de nacer. La filosofía de la praxis es imprescindible para afrontar este impasse con destreza.

RITUAL EN LA OSCURIDAD", DE COLIN WILSON

6 diciembre 2011
Ritual en la oscuridad. Colin Wilson
Traducción y epílogo de Javier Calvo
Libros del Silencio (Barcelona, 2011)
No me entiende —dijo él, con paciencia—. No es eso lo que intento decir. Lo que intento decir es que nuestra experiencia está deshilvanada. Vivimos más o menos en el presente. Si fuéramos honestos, reconoceríamos que la vida es una serie de momentos engarzados por nuestra necesidad de mantenernos con vida, de derrotar al aburrimiento. Nuestra experiencia está hecha de pedazos. Pero el hombre de negocios de Surbiton lo hilvana todo creyendo que el propósito de la vida es tener un coche más grande. El político lo hilvana identificando sus propósitos con los de su partido. El hombre religioso lo hilvana aceptando la guía de su Iglesia o la Biblia. Son formas distintas de hacerlo, pero todas comparten el mismo propósito: imponer un orden, un sentido. Y son todas falsificaciones. Si fuéramos honestos, aceptaríamos que la vida carece de sentido” (p. 131-132).
El fragmento anterior pertenece a la novela Ritual en la oscuridad, de Colin Wilson, editada en castellano por Libros del Silencio en 2011. En los años '60, '70 y '80 del siglo pasado se editaron un puñado de libros suyos en España, incluso alguno en los '90 y en la década posterior. Sin embargo es lo primero que leo de Wilson y no voy a engañaros: llegué a él porque la traducción la había hecho Javier Calvo y además incluía un epílogo suyo. Todo el que más o menos lee en serio en este país sabe quién es Calvo por sus legendarias traducciones de los no menos legendarios libros de David Foster Wallace, el legendario escritor desastrosamente fallecido en circunstancias desastrosas hace tres desastrosos años. No he sido totalmente consciente de la valía de Javier Calvo como traductor (aunque ahora soy consciente de que siempre lo he sido de manera subconsciente) hasta que Juan Francisco Ferré me propuso que comparara la versión original de un relato incluido en Entrevistas breves con hombres repulsivos titulado "Tri-Stan: He vendido a Sissee Nar a Ecko" con la traducción al castellano realizada por Calvo, y desde que he podido disfrutar de la que de El rey pálido ha publicado recientemente Mondadori. (Esto no es ningún peloteo o acto laudatorio sino un reconocimiento sincero y honesto a una labor que no está suficientemente pagada ni reconocida ni nunca podrá estarlo habida cuenta de la escasa incidencia comercial de la literatura auténtica que llega a nuestras manos gracias a que gente como Calvo decide un día empezar a hacer las cosas bien y pasan los años y no dejan de hacerlas así, bien).
Cada uno puede leer lo que le dé la gana, y dejarse llevar por los criterios de selección que más le apetezcan. Pero qué duda cabe que el principal criterio de selección para quienes sólo leen libros editados en nuestro idioma vernáculo es el criterio de los editores: esto es lo que vas a leer porque esto es lo que hemos decidido que se traduzca y edite aquí; si quieres leer otras cosas, aprende idiomas y búscate la vida. Si a esta circunstancia le añadimos los saltos generacionales y el rollo insufrible de los libros descatalogados, concluimos que nos perdemos cantidad de cosas en favor del en muchas ocasiones dudoso criterio de los Señores de la Edición. Hay por ahí joyas de gran valor enterradas en idiomas incomprensibles/molestos para el lector de a pie, olvidadas mientras proliferan las líneas enfocadas al entretenimiento masivo y rentable sólo para quienes han decidido que esa es la línea que al público de habla hispana le puede interesar. Un desastre paliado sólo a medias por unas pocas editoriales pequeñas e independientes y alguna grande e inexplicablemente comprometida con objetivos distintos al beneficio económico puro y duro. Seguiremos informando.
Esta es la primera novela de Wilson, escrita a la increíble edad de 18 años y publicada 7 después, ya por entonces famoso a raíz de su ensayo The Outsider. Y ahora viene el clásico prejuicio sobre la narrativa fabricada por gente excesivamente joven, algo de lo que ya hemos hablado en extenso en este lugar, por lo que sólo diré, a modo de resumen, que la madurez no tiene edad y que, en el campo que nos ocupa, hay novelas escritas por autores de 50, 60 o más años que demuestran una inmadurez rayana en la infantilidad, y novelas escritas a la increíble edad de 18 años que no sólo sorprenden por su excelente factura sino que además permiten que uno sienta algo menos la incomodidad de vivir en un mundo dominado por ideas seniles porque sabe que en algún sitio están teniendo lugar verdaderos actos de creación no dominados por la esclerosis de aquellas ideas seniles, equivocadas, torcidas y perdedoras.
De más está decir que Ritual en la oscuridad es una novela brutal. En ella el protagonista, Gerard Sorme, es un joven escritor en ciernes de escasos medios económicos, rabioso contra la sociedad y misántropo que reside en Londres. La época es la inmediatamente posterior a la descrita por David Lodge en Fuera del cascarón e inmediatamente anterior a la expuesta por Hanif Kureishi en El buda de los suburbios. A quienes conozcan la capital del Reino Unido por haber ido más de una vez en viaje turístico les fascinará reconocer los itinerarios de los personajes por los barrios y lugares que aparecen entre sus páginas. Sin embargo esto es un detalle menor que permite un subnivel de disfrute paralelo a la trama principal. Lo verdaderamente importante de la novela son la trama (estamos ante un thriller de lectura compulsiva) y las especulaciones sociológicas y filosóficas de Sorme. Trama que sería una lástima siquiera apuntar aquí, y cuyo placer es preferible dejar a sus futuros lectores. Sólo citaré —y apelando a la inteligencia del lector le pediré perdón por destrozar en parte lo que a otro tipo de lector podría parecerle objetivo último de Wilson: descubrir un quién— un pequeño trozo de conversación entre Gerard Sorme y Austin Nunne, el amigo rico (una especie de Dickie Greenleaf, el amigo del Tom Ripley creado por Patricia Highsmith) de Sorme:
“Nunne se apresuró a interrumpirlo:
—Claro que sí. Pero tampoco sobreestimes mi anormalidad. Imagino que el trabajo de un verdugo es anormal, pero aun así él lo considera un simple trabajo. Lo mismo pasa con un empleado del matadero. Conozco a un hombre que se pasó la guerra entrenando a adolescentes para matar con facilidad y sin hacer ruido. He conocido a comandos que han matado a más alemanes de los que pueden contar. Uno de ellos siempre va a pasar las vacaciones a Alemania y dice que prefiere a los alemanes a ninguna otra raza de Europa.
—¿Estás diciendo que el asesinato es parte de la mentalidad moderna? —dijo Sorme en tono lúgubre.
—De cualquier mentalidad, Gerard. La sociedad siempre se ha basado en el asesinato. De nada sirve intentar prohibir el asesinato por medio de leyes y códigos morales. Es algo que tiene que desaparecer por sí solo: los hombres lo tienen que dejar atrás. ¿Me entiendes? Mi amigo el comando es un ciudadano que respeta escrupulosamente la ley. Sin embargo, sigue teniendo el asesinato en las venas. Si hubiera otra guerra volvería a matar. No ha dejado atrás el asesinato. Simplemente acepta las leyes que lo prohíben. Esa no es forma de crecer…” (p. 533-534).
"Amar al asesino" es el título del epílogo de Javier Calvo, en el que hace una crítica perfecta del libro cuya lectura acaba y ofrece una magnífica guía para adentrarse en el extraño mundo de la narrativa de Colin Wilson. Un mundo en el que, por lo que he leído, colijo que se ponen patas arriba muchas de nuestras concepciones heredadas y se derriban estereotipos sociológicos que no dudamos en calificar de inamovibles. Un mundo raro, que suena mucho mejor en inglés, A Weird World, del que una vez dentro es difícil salir.

Sobre el autor

José Luis Amores
José Luis Amores (Málaga, 1968) es Licenciado en Ciencias Empresariales por la Universidad de Málaga. Especializado en marketing, ha fundado varias compañías que después ha vendido a diversas multinacionales. En la actualidad ejerce su profesión como freelance. Ha sido colaborador de Diario Málaga y de la revista Papel Literario.

Franz Fanon: Los condenados de la tierra (Descargar Libro)

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Frantz Fanon – Los condenados de la tierra 1961
Franz Fanon es uno de los intelectuales que más ha trabajado el tema de la colonización política, ideológica y cultural. Su presencia en la Revolución argelina fue decisiva para corroborar en la práctica todo lo que del poder colonial había aprendido cuando cursaba sus estudios en París. Los condenados de la tierra -prologada por Jean Paul Sartre- es su obra más emblemática, publicada tras su muerte. Para Fanon, la liberación nacional significaba mucho más que la independencia, ya que se constituía en un proceso de autoliberación y reconocimiento.
El título original, Les Damnés de la terre, proviene del primer verso de La Internacional: Debout !, les damnés de la terre ! / Debout ! les forçats de la faim! (¡Arriba, parias de la tierra! / ¡En pie, famélica legión!). No obstante, cabe señalar que en francés existe la expresiónâme damnée (alma condenada), referente a aquel que está completamente dedicado a alguien, que ejecuta sus órdenes ciegamente. Así, los condenados de la tierra implica el significado ontológico del “no ser”; este concepto es desarrollado por Fanon en Piel negra, máscaras blancas (1952), libro que según Sartre es “la negación de la negación de la persona negra”. En síntesis, la colonización es la negación sistemática del otro, una decisión furiosa de privar al otro de todo atributo de humanidad. Y serán ésos que no son la clase revolucionaria –el lumpen proletariado rural– los agentes revolucionarios encargados de la descolonización.
Libro tomado de: http://www.lahaine.org/

Leer a Fanon, medio siglo después (Descargar Libro)

Aimé Césaire. Ernest Pépin. Simone de Beauvoir. Dan Georgakas. Marta Valdés. Linton Kwesi Johnson. Frantz Fanon. Félix Valdés García. [Autores de Capítulo]
ISBN 978-987-722-248-7
Buenos Aires.  Junio de 2017

Leer a Fanon, medio siglo después es una invitación a conocer la obra de Frantz Fanon, un pensador del Caribe y de África, de los pueblos del Sur global, que vivió con toda intensidad el proceso de descolonización del Tercer Mundo y creó herramientas que permiten descubrirla realidad velada por siglos de colonización y dominación moderna occidental, en particular por la existencia dada a conocer como “negritud”, que es el ser otro de la “civilización moderna” o su anverso, sumergido y silenciado.
Las ideas de Frantz Fanon fueron una crítica incisiva al proyecto moderno, a Europa y sus facsímiles, que hicieron girar la atención hacia los sujetos del Sur en tiempos de un protagonismo esencial durante complejos proyectos de independencia, descolonización y emancipación humana de los vetustos mecanismos de la dominación, inaugurados tras el encuentro de Europa con el “Nuevo Mundo”, la apertura de nuevos circuitos comerciales y sus ocupaciones y despojos en América, África y Asia.
Los textos de Fanon recopilados no son ‘clásicos inmutables’, sino expresión de un pensamiento que apela al devenir y a la acción en este mundo desgarrado, en el cual vivificarlo, interpretarlo, conciliarlo con nuestro tiempo y actualizarlo, es ascender contra todos los engaños, contra todos los relevos y todas “las ideas de la dominación mundializada”.
De la Presentación de Félix Valdés García

Y un día el mundo y la literatura se quedaron sin Harold Bloom

Murió el gran crítico y profesor estadounidense, autor de La angustia de las influencias y El canon occidental.

Bloom en su casa en New Haven, Connecticut.
Hubo un momento en la historia de la cultura –digamos, de 1930 a 1980- en que la crítica literaria cumplió un papel central. Se escribían, se publicaban y, más sorprendentemente, se compraban y se leían cantidades de libros de crítica. Entre ellos, se destacaban los firmados por Walter Benjamin, Maurice Blanchot, Frank Kermode y Susan Sontag, por nombrar a las apuradas y al azar algunos nombres sobresalientes. Alguno podrá pensar que la mayor calidad promedio de la escritura en esos cincuenta años de gracia se correspondió de alguna manera con la exigencia paralela de los críticos, y que la actual decadencia más omenos generalizada se debe a la desaparición casi total de la práctica crítica en todas las artes.
El último de esos mohicanos –junto al también tenaz y nostálgico pero menos entusiasta George Steiner– fue el estadounidense Harold Bloom, a quien lo tentaban esas visiones apocalípticas (era un exaltado lector de la Biblia). Si Bloom fue el penúltimo crítico visible, es porque para serlo debió hacerse un nombre en un contexto –favorable a esa clase de ejercicio– que ya no existe más.
La impronta del autor de La anatomía de la influencia era precisamente la de su voluminoso cuerpo: todo en él está marcado por la voracidad, la insaciabilidad, el exceso reeditado. Un Orson Welles de las letras, era un obseso incorregible, un romántico encaprichado, una voz monologante y machacante como la de adorado Hamlet. Sus clases eran lecciones en el riesgoso arte de la lectura dirigida (murió a los 89 años y estuvo por última vez ante sus alumnos de Yale la semana pasada). Allí siguen, como evidencias ante un juicio, Cómo leer y por qué, La cábala y la crítica, y Shakespeare. La invención de lo humano, entre otro medio centenar. Sus títulos suelen ser imperativos e inhibitorios pero su estilo es ameno, tirando a lo despótico y pendenciero, cierto, pero siempre lucidísimo, siempre atendible.
Sus dos obras fundamentales –La angustia de las influencias y El canon occidental, de 1973 y 1994, respectivamente– fueron dos de las más polémicas y discutidas en la historia de la crítica. La primera estudió con astucia los préstamos y prestaciones, las absorciones y deformaciones entre autores. Y le permitió deducir y concluir, a no pocos de sus lectores, que lo interesante de encontrar similitudes e influencias demasiado visibles entre dos escritores es que fuerzan –así sea de un modo suave– a encontrar puntos originales en otra parte de la obra de un autor.
También El canon occidental –al margen de la demasiado famosa lista que baja el telón del libro con una ristra de “imprescindibles”, en la que, Bloom no lo desconocía, prevalecen las omisiones– alentó, entre otras cosas, a pensar en lo natural que puede resultar comprender a un autor por medio de otro (no un crítico que lo explica, sino otro novelista o poeta o dramaturgo).
La luz de sus ojos y su amor perdido fueron Shakespeare y sus criaturas (también Falstaff, Yago y Macbeth). Había un ansia, una urgencia, un desasosiego en Bloom que sólo Shakespeare parecía serenar. Y acaso por eso ninguna relectura le parecía suficiente (en todo caso, no convenía que fuera suficiente). Un crítico invariablemente insatisfecho hace pensar en el que está siempre de malhumor –Bloom era un célebre cascarrabias, puntuado por arrebatos de una dulzura un tanto pueril, como suele suceder en estos casos– porque todo lo mide contra la eternidad, que en su cabeza equivale a lo canonizado. A esa inmortalidad impresa se enfrentó de otros modos, por la vía de la religión, en sus libros El libro de J, La religión americana, Jesús y Yahvé y Presagios del milenio. Era lógico que el encendido William Blake fuera uno de sus poetas dilectos.
Ante un crítico con el virtuosismo volátil de Bloom se vuelve a saber lo poco que está descubierta una autora –como su apreciada Emily Dickinson– o una novela de Virginia Woolf; lo poco que de ellas se ha develado hasta ese momento (instancia que parece estar, quizá afortunadamente, siempre en el mismo lugar, no importa cuántos lectores hayan pasado por allí). Un crítico como Bloom fue descorriendo, con cada lectura, nuevos modos de encontrar placer y nuevas excusas para enriquecer la conversación, para sí mismo y para los demás.
Ningún crítico puede cubrirse los ojos ante la tradición (que contribuye a prolongar). Harold Bloom los abrió hasta este lunes, lo más grandes que pudo. Su itinerario hace pensar que una noble misión sería la de proponer la de un lector devoto como una vida que vale la pena anhelar. ¿Y si convirtiéramos a la crítica en un proyecto sigilosamente heroico?