Conferencia: “Porque leer a SARTRE hoy? ”.

GENTE AÑOS VIDA una pieza valiosa para entender nuestro sobrecogedor siglo XX.

 


Iliá Ehrenburg, el hombre que lo vio todo

Iliá Ehrenburg fue testigo de la revolución rusa, la guerra civil española y el holocausto Sus memorias 'Gente, años, vida' (Acantilado) ven por fin la luz sin censurar


RICARDO SAN VICENTE    10 MAY 2014 - 

Gente, años, vida es la edición completa y definitiva de las memorias de Iliá Grigórievich Ehrenburg, escritor, periodista, figura destacada de la vida cultural y política de la URSS. La obra —que ya conoció una edición española parcial, y, claro está, censurada, en los años sesenta— es un libro memorable por diversas razones. Para empezar, por ofrecer un recorrido detallado y sugerente por el siglo XX hasta los años sesenta. Constituye, por tanto y en primer lugar, con todas las limitaciones de la época, un itinerario personal por la experiencia soviética. En segundo lugar, la publicación periódica en la revista literaria Novi Mirde estas memorias representó para los soviéticos una auténtica ventana al mundo exterior, hasta entonces prácticamente desconocido. Gracias a Ehrenburg, los lectores viajaron a la dorada época del París de principios del siglo XX y a sus protagonistas: políticos (Lenin, Trotski), artistas, escritores, poetas, editores (Ribera, Modigliani, Picasso, Hemingway, Joyce). Pero antes el autor nos describe con detalle y lirismo contenido sus primeros pasos en la lucha revolucionaria junto a los bolcheviques en una Rusia donde el zarismo se hacía pedazos. De esta época le vienen los contactos que permiten explicar, tal vez, por qué sobrevivió a los peligros de la historia soviética. Pues la supervivencia durante los pavorosos años del estalinismo es tal vez el rasgo más característico de este hombre, cuyas memorias bien podría haber titulado “Confieso que he (sobre)vivido”.

Después de pasar largos años exiliado en París, al estallar la revolución de 1917, el autor regresa a Rusia y su relato se detiene en el desarrollo y los protagonistas de la hecatombe. En su recorrido por esta época surgen los retratos de políticos y sobre todo artistas, Voloshin, Mandelstam, Maiakovski, Esenin… Tras varios años en la URSS, en 1921 decide y, lo más insólito, consigue abandonar el país para “dedicarse a la literatura” e instalarse en Europa como ciudadano soviético. Si antes de la revolución se había ganado la vida, entre otros oficios conocidos, como corresponsal para algunos periódicos rusos —recogiendo por ejemplo el desarrollo de la Primera Guerra Mundial—, entonces se dedica al periodismo al servicio de los órganos de prensa soviéticos. En estos años, sin abandonar la poesía, se adentra en el terreno de la prosa. Y alcanza un relativo éxito con sus novelas Las extraordinarias aventuras de Julio Jurenito y sus discípulos (1921) o La vida agitada de Lásik Reitswantz (1928), tal vez sus mayores logros literarios.

Así pues, ya tenemos las tres vertientes de este hombre orquesta: el político, el escritor y el periodista. El político cercano a los bolcheviques, el poeta lírico y social y el novelista desigual, primero mordaz y vanguardista y finamente instaurador de un peculiar realismo crítico, muy cercano al realismo socialista. Facetas que combina y que no abandonará nunca: se halle en Moscú, en el frente de Gandesa, en Berlín, en Viena o en el París ocupado, seguirá escribiendo poesía, seguirá mandando sus crónicas y seguirá tomando partido, navegando viento a favor con su tiempo y a veces anunciando la llegada de nuevos aires, ya sean de tormenta o de bonanza, como ocurrió con la novela El deshielo, que llegará a dar nombre en la URSS al periodo de relativa tolerancia de los años cincuenta y sesenta. 

Contribuyó activamente a la creación de esa actitud romántica y solidaria de los soviéticos hacia el “heroico pueblo español”

Ante el ascenso del fascismo y el triunfo de Hitler, contribuye activamente, impulsado por las autoridades soviéticas, a unir a los antifascistas europeos. Será el alma del Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura, en el que, junto a Gide, Aragon o Malraux, intervendrán Borís Pasternak e Isaac Bábel (ambos merecen extensos retratos y reflexiones sobre su obra y trágica suerte), y contribuirá activamente a la realización del II Congreso Internacional de Escritores, en Valencia, ya en plena guerra civil española.

Ehrenburg por Picasso 

Su interés y amor por España, como explica en sus memorias, le viene ya de la primera época parisiense. Es parte de la formación del joven poeta absorber y hacer suyo todo el bagaje poético del pasado y de otras tierras del que la poesía española es una muestra notable.

Después de Francia, España se convirtió en el país más próximo al corazón del periodista, y su pueblo, en un pueblo hermano. Sus crónicas respiran un sentimiento sincero de fraternidad con el pueblo español. Tras un primer viaje por toda España tras la proclamación de la República, durante la Guerra Civil pasará largos periodos en los diversos frentes, hasta el final de la contienda: “Será tu impulso, corazón! / Quemado y rojo Aragón. / Ni un árbol ni un matojo, / rocas tan solo y bochorno. / Lo darías todo por un sorbo! / Balas, polillas diminutas. / Has de correr y conseguir llegar… / Y recordar cómo de niño te llamaba tu mamá. / Las piedras rojas. El humo azul. / Un cañoneo breve; el crepitar / de las ametralladoras, que callan luego. / Fue aquí, guerra, donde te encontré. / Sueño profundo, sopor del mediodía. / Extremo de desesperación es Aragón” (1938).

Es conocida su perspicacia y saber en lo que se refiere a los grandes cataclismos. Tuvo muy clara conciencia del peligro que acechaba a la joven República española y pudo intuir, ante la incredulidad de sus amigos parisienses, la revuelta de los golpistas. (Al igual que en su momento intuyó y anunció la inminente invasión nazi de la URSS, como más tarde, tras la muerte de Stalin, la llegada del “deshielo”).

Las páginas dedicadas a España y a los españoles, independientemente de las diversas lecturas que se puedan hacer hoy, ayudan a recordar incluso a los lectores españoles las raíces y la dimensión de la tragedia española. Junto con Mijaíl Koltsov (político y periodista soviético asesinado por Stalin a quien Iliá Ehrenburg dedica también uno de sus retratos), el autor contribuyó muy activamente a la creación de esta actitud entre romántica y solidaria de los soviéticos hacia el “heroico pueblo español”. Sobre la presencia soviética en la guerra civil española, el autor lógicamente se detiene en la aportación de las Brigadas Internacionales, de los militares y traductores soviéticos, pasando de puntillas en la activa y a veces sangrienta intervención soviética en los asuntos españoles. Por otro lado, hoy es bien sabido que, al igual que las celebraciones con motivo del centenario de la muerte de Pushkin, la lejana y romántica contienda española servía de pantalla para poner en sordina los famosos Procesos de Moscú, juicios que se llevaron por delante en 1937 a lo que quedaba de la oposición a Stalin; entre ellos, al amigo y protector de Ehrenburg, Nikolái Bujarin (a cuyo juicio se vio obligado a asistir).

Para el autor, la contienda española era el preámbulo del gran asalto del fascismo en Europa. Al margen de la poca estima que Ehrenburg sentía por los alemanes desde la Primera Guerra Mundial, el autor de La caída de París sentía con sus vísceras la llegada de la explosión nazi. Y en los momentos de mayor desconcierto moral e ideológico de los gobernantes soviéticos, ante la inesperada invasión de los nazis en 1941, Ehrenburg fue de los primeros, armado de su máquina de escribir, en lanzarse al combate contra el invasor. Las crónicas, artículos y soflamas de Vasili Grossman e Iliá Ehrenburg fueron tal vez los únicos pedazos de papel que no se empleaban para liar los pitillos en el frente. La popularidad de Ehrenburg se extendía por todos los frentes de la Unión Soviética y llegaba hasta las trincheras alemanas. Sus crónicas periodísticas, escritas en los diversos campos de batalla, eran célebres por su carácter incendiario, que tanto daba ánimos a los soldados soviéticos como cubría de odio (y tal vez pavor) al invasor. Ambos escritores contribuyeron a crear el célebre Libro negro, obra que no vería la luz en la URSS hasta la perestroika. Al extermino que los nazis practicaron contra los judíos dedica el autor las páginas más emotivas, junto con las engendradas por la guerra civil española, de este magnífico libro. (Y en la última parte, no publicada en Rusia hasta los noventa, el autor vuelve al tema del antisemitismo y el racismo, esta vez soviético).

Hay varios hechos históricos sobre los que el autor se mueve como quien camina sobre la cuerda floja. Pero el que hace referencia al final de Stalin y de su tiranía merece siquiera un breve comentario. A finales de 1952 se hizo público “el compló de las batas blancas”, según el cual, siguiendo el viejo modelo de las purgas iniciadas por Stalin, algunos médicos —la mayoría de origen judío— se habían propuesto asesinar a la cúpula del partido. Entonces, a algunos prohombres con apellidos judíos se les conminó a firmar una carta en que se venía a decir que, a pesar del merecido castigo que debía caer sobre los culpables y sus inductores, no todos los judíos rusos eran desleales. Pues bien, Ehrenburg fue de los pocos que se negaron a firmar esta carta (a diferencia de Vasili Grossman, que recogerá fielmente este vergonzoso episodio en su novela Vida y destino). Pero no solo hizo esto Ehrenburg, sino que redactó una carta de respuesta a Stalin, el verdadero instigador de la operación, mostrando al gran dictador el carácter contraproducente tanto de la carta que se les proponía firmar como del hecho de que se persiguiera a unos ciudadanos por su origen. Afortunadamente Stalin resolvió con su oscura muerte el previsible final de esta historia… Pero lo que me gustaría subrayar, además de mostrar lo abominable del mundo del estalinismo, es el contraste que se dibuja entre el estilo de una carta, que es un auténtico ejercicio de servilismo, y el hecho fantástico de que su autor, tal vez el único capaz de hacerlo entonces en toda la URSS, muestra valientemente su oposición a la voluntad del tirano, poniendo así su cabeza a merced del hacha… Humillación y valentía.

En cuanto a la calidad literaria del texto español, en primer lugar hemos de subrayar la esforzada labor realizada por la traductora Marta Rebón, que ha logrado transmitir el estilo del autor y proporcionar la información necesaria para situar personajes y hechos que el lector tal vez ignore. Como en el caso de Herzen y tal vez tras los pasos de Chéjov, Ehrenburg sabe fundir en su prosa, a veces irónica y siempre concisa y fluida, la precisión del documento con dosis de medido lirismo, sabe reunir su condición de periodista y testimonio presencial con la de escritor, del artista consciente de la importancia de las palabras, de la textura formal de la narración y de su objetivo.

Una novela suya, ‘El deshielo’, dio nombre en la URSS al periodo de relativa tolerancia de los años cincuenta y sesenta

Sobre los compromisos que el autor contrae con su conciencia y las concesiones que se vio obligado a hacer a su tiempo y sus dueños, además de todo lo que tuvo que dejar en el cajón —que hoy se ha recuperado en esta edición— y, sobre todo, lo que se llevó por delante la autocensura: el doloroso peso de sus raíces judías, el silencio obligado ante la evidente y repetida traición de los ideales socialistas perpetrada por el poder, así como su comportamiento durante la orgía antisemita emprendida por Stalin que solo la muerte de este logró detener, su actividad como mensajero soviético de la paz, mientras la URSS se armaba hasta los dientes, etcétera. Sobre todo ello se podría escribir y discutir interminablemente.

De modo que citemos, a modo de respiro, las palabras del propio autor: “Sesenta y siete años es ya un profundo otoño de la vida, aunque escribo estas líneas en un día de mayo. Ya reverdecen los pobos y bajo mi ventana florecen las nevadillas y el azafrán. Me gusta la primavera, como también me gustaba de niño; de modo que a través de todas mis experiencias no he perdido el más preciado de los dones, el de la esperanza”.

Es cierto, una vez más, que la esperanza es lo último que se pierde. Pero en este caso, este natural sentimiento se torna casi sarcasmo, a tenor de la farsa en que se convirtió su país pocos años después de la muerte de Ehrenburg, un hombre que recorrió su tiempo y su vida entre el temor y la esperanza, con la convicción sincera de que un nuevo mundo esperaba a la humanidad. Y, vistas las cosas como se desenvuelven por nuestras tierras hoy, y ya no hablemos de lo que ocurre por los extremos orientales de Europa, las palabras de Ehrenburg, es cierto que enunciadas en un mundo desconocido para el lector español, suenan casi como el acíbar en la miel de nuestros sueños.

Leyendo este libro, uno no puede dejar de plantearse mil preguntas: sobre nuestro pasado, sobre la vida de estos idealistas —de entre los que hubo víctimas, verdugos, más víctimas, o ambas cosas a la vez y unos pocos afortunados supervivientes—, no puede uno no pararse a pensar en el azar de la historia, que, vaya por Dios, favorece más a los cínicos o sencillamente malvados que a los románticos, cuya única fortuna es tal vez escribir unas memorias y morir a tiempo…

Y uno se pregunta si valen las medias verdades, como las que giran en torno a la guerra civil española, si se puede destacar con gesto compasivo la orientación sexual de un pensador como Gide para descalificarlo políticamente, o subrayar el “infantilismo” de un poeta como Pasternak para, resaltando su condición de genio lírico, descalificar su novela, gestada, con acierto o no, durante largos años. Y sin embargo, las medias verdades de Ehrenburg son más que eso, son la expresión de una época, de unos anhelos y, lo que es peor, de un sueño que se reveló tan sangriento como estéril. En este sentido, a modo de complemento para estas memorias, es decir, para llenar los espacios vacíos que deja Ehrenburg, recomiendo la lectura de la biografía de Joshua Rubenstein Lealtades enmarañadas. Vida y época de Iliá Ehrenburg (Siglo XXI, 2012).

Para acabar, y casi en respuesta al desasosiego que desde la distancia (en el espacio y el tiempo) provoca la lectura de este apasionante libro, citemos las palabras de Nadezhda Mandelstam, la viuda del poeta, que en su segundo libro de memorias escribe: “Entre los escritores soviéticos él fue y siguió siendo un mirlo blanco. Fue con la única persona con la que mantuve relaciones todos aquellos años. Sin poder hacer nada, como todos, sin embargo intentaba hacer algo por la gente. Gente, años, vida es en realidad el único libro que desempeñó un papel positivo en nuestro país. Gracias a este libro, sus lectores, principalmente la pequeña intelligentsia técnica, conocieron decenas de nombres. Al leerlo seguían avanzando más rápido y más lejos, y, con la ingratitud que caracteriza a los humanos, al instante daban la espalda a quien les había abierto los ojos. Pero, de todos modos, una multitud asistió a sus funerales, y yo me fijé en que entre la multitud asomaban los rostros de buenas personas. Era una muchedumbre antifascista, y los soplones, a los que habían mandado en masa a la ceremonia, destacaban mucho entre aquellas caras. Ehrenburg hizo su trabajo, y esta labor fue ardua y desagradecida. Tal vez fue justamente él quien despertó a aquellos que se convertirían en lectores del samizdat”. Es decir, a los primeros brotes de la disidencia soviética, el embrión del movimiento que finalmente minó los cimientos de la URSS.

Por todo ello, a pesar de las medias verdades, de los claroscuros y los sentimientos encontrados, Gente, años, vida se nos antoja una pieza valiosa para entender nuestro sobrecogedor siglo XX.

Gente, años, vida (Memorias 1891-1967). Iliá Ehrenburg. Traducción de Marta Rebón. Acantilado. Barcelona, 2014. 2.060 páginas. 55 euros.

BABELIA

Adiós a Savater

Podemos cambiar muchas veces y sentir que cada cambio está justificado. Pero una inteligencia sin pensamiento acaba devorada por la vejez y el narcisismo

Santiago Alba Rico

Siempre hemos estado desajustados Fernando Savater y yo. Hoy, cuando es difícil prestarle atención sin un poco de sonrojo, reconozco lo que hace tres décadas le negaba: que ha sido uno de los mejores ensayistas que ha tenido este país en los últimos cuarenta años. Era fino, brillante, prismático, culto, irreverente, divertido: un robusto chestertoniano al que le gustaban los desayunos ingleses y las carreras de caballos, más bien libertario al principio, insobornablemente socialdemócrata después. Yo era serio y recto: es decir, simple. En 1985 y 1988, publiqué con Carlos Fernández Liria dos panfletos marxistas: Dejar de pensar y Volver a pensar. En la portada de este último, mediante un fotomontaje, habíamos hecho sentar a Savater en el regazo de una virgen románica sosteniendo una rosa en la mano, en una clara alusión a su militancia socialista de entonces. Su respuesta no fue furibunda y ofendida. Al contrario. En un artículo en EL PAÍS se burló de nosotros del modo más implacable, displicente y mordaz. Todavía hoy me río. “Santiago Alba Rico y Carlos Fernández Liria”, escribió, “son como los pastorcillos de Belén: piensan y piensan y vuelven a pensar”. Poco tiempo después, la revista La luna planteó un debate entre los tres. La paliza que nos propinó fue homérica. ¿Cuál era la diferencia? No solo que sostenía posturas políticas más sensatas que las nuestras: es que era más inteligente, más sabio y más gracioso que nosotros.

Cuando uno es joven piensa a menudo en lo que querría ser de mayor; luego, cuando se es mayor se piensa, hacia atrás, en lo que a uno le hubiese gustado ser de joven. Nunca quise ser Fernando Savater en una época en la que yo tenía veinticinco años y Savater, con cuarenta, era políticamente sensato e intelectualmente fulgurante; ahora que tengo sesenta y tres, querría haber sido un poco más listo en mi juventud. Creo que el que soy ahora hubiera coincidido en muchas cosas (salvo en la cercanía al PSOE de Felipe González) con el Savater de hace treinta años. Pero ya no podremos encontrarnos. Yo he cambiado para acercarme un poco —con menos talento e ingenio— a lo que él fue cuando escribía La tarea del héroeLa infancia recuperada o Ética para AmadorÉl ha cambiado para parecerse a Isabel Díaz Ayuso y Giorgia Meloni. Alguien podrá decir que estos desplazamientos solo tienen valor geológico y que se limitan a anticiparme una deriva semejante: que estoy condenado, en fin, a acabar como ha acabado él. No descarto nada. No descarto ser un fanático dentro de quince años. Pero la cuestión es otra. La cuestión es saber cuándo se tiene razón; cuál de los dos Savater tenía razón. Sin duda era más listo, más simpático, más brillante, más ingenioso ese ya fenecido que escribía en EL PAÍS contra las locuras de los serios y los rectos. Pero ocurre que ese era también mucho más razonable. Podemos cambiar muchas veces a lo largo de nuestras vidas y sentir, desde el interior de nuestros cuerpos, que cada uno de esos cambios está justificado; podemos incluso justificarlos todos de manera autoevidente y más o menos convincente: cuando flaquea el pensamiento, se mantiene a veces intacta la inteligencia, esa facultad peligrosa que sirve sobre todo para convencerse a uno mismo de que la propia vida y la propia evolución, de las que somos escasamente dueños, tienen siempre un carácter premeditado y ejemplar. Ahora bien, una inteligencia sin pensamiento acaba devorada por la vejez y el narcisismo: se vuelve seria y recta: acaba, por así decirlo, perdiendo la razón.

La razón algunos la encuentran temprano y la conservan hasta la muerte: pensemos, no sé, en el genial e irritante Goethe, que fue siempre listo y sabio entre 1749 y 1832. Otros pasan por el mundo sin rozarla siquiera. Y otros muchos tropiezan con ella en algún momento de su vida y no saben conservarla. Tan difícil es hallarla como retenerla. No descarto nada, he dicho. No descarto convertirme en un fanático dentro de quince años. Pero es ahora cuando, al menos a ratos, tengo razón; y era hace treinta años cuando Fernando Savater, muchas veces, la tenía. Los cambios solo nos cambian a nosotros y por eso, por si acaso, me arrepiento ahora, sin esperar más, del viejo que seré. Despidamos a Savater con ternura y melancolía. Nos puede pasar a todos. Lo importante es que en el mundo siga habiendo un número aproximadamente estable de gente razonable, aunque nosotros todavía no lo seamos o hayamos dejado ya de serlo; lo importante es que haya más gente razonable cada día y no menos y que una mayoría razonable frene democráticamente a los que no lo son y se ocupe de gestionar los periódicos, los Presupuestos del Estado, los ejércitos y las instituciones. Digamos la verdad: no vamos por ese camino. La derrota de Savater resulta descorazonadora. Si Savater ha perdido el norte, ¿cómo no la van a perder Milei, Trump, Ayuso, Le Pen, Meloni, Netanyahu, y todos sus millones de votantes?

Serguéi Yesenin: SIN LAMENTOS

 

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**Sin lamentos
Sin quejas, ni lamentos, ni llantos,
como el humo a través del florido manzano
hasta mí llegó la marchitez dorada.
Ya no seré más joven y lozano.
Ya no lates con la fuerza de antes,
mi corazón tocado por el hielo,
y caminas descalzo por el bosque,
ya no es una ilusión, no es un anhelo.
El deseo de aventura cada vez es menor
y el fuego de los labios ya se ha ido.
¡Oh mi joven y lejano frescor
mis antaños pletóricos sentidos!
Ahora son escasos mis afanes.
¿He vivido mi vida o la he soñado?
Es como si en un alba primaveral
galope sobre un caballo rosado.
Nuestro destino es frágil y finito
el cobre de las hojas lento emana,
por todos los siglos sea bendito
lo que florece hoy para morir mañana.
**
Es igualmente conocida su relación con Isadora Duncan, con quien aparece en la foto.

David Eagleman, investigador de los secretos de nuestra mente

El neurocientífico estadounidense, uno de los escritores científicos más interesantes de nuestros tiempos, explica que cada vez que aprendemos algo, nuestras neuronas cambian. Y que si alguien pierde la vista, parte de las células que antes se encargaban de ver pasarán a ayudarle en otra tarea, como escuchar


JAVIER SAMPEDRO

28 DE FEBRERO DE 2024 -

 Nada de la mente es ajeno a David Eagleman, neurocientífico, tecnólogo, emprendedor y uno de los escritores científicos más interesantes de nuestro tiempo. Nacido en Nuevo México hace 52 años, ahora investiga la plasticidad cerebral , la sinestesia, la percepción del tiempo y lo que llamó neuroley, la intersección del conocimiento del cerebro y sus implicaciones legales. Su libro de 2011 Incognito: The Secret Lives of the Brain ha sido traducido a 28 idiomas, y volvió a publicar con Livewired: The Inside Story of the Ever-Changing Brain , que se centra en una idea fundamental para la neurociencia actual: que el cerebro es en constante cambio para poder adaptarse a la experiencia y al aprendizaje. La ciencia que nos trae no es simplemente de primera categoría, sino de primera mano, y su escritura brillante y clara como el cristal (un reflejo perfecto de su mente) convierte uno de los temas más complejos de la investigación moderna en materia de reflexión para muchos. el lector interesado. Hablamos con él en California por videoconferencia, la primera entrevista que concede a una publicación española en una década.

¿Podría un cerebro recién nacido aprender a vivir en una palabra de cinco dimensiones? "En realidad, no sabemos qué cosas están preprogramadas y cuánto son experienciales en nuestro cerebro", responde. “Si pudieras criar a un bebé en un mundo de cinco dimensiones, algo que, por supuesto, no es ético hacer como experimento, descubrirías que es perfectamente capaz de funcionar en ese mundo. La historia general de la plasticidad cerebral es que todo es más sorprendente de lo que pensábamos , en términos de la capacidad del cerebro para aprender cualquier mundo en el que se encuentre”.

Eagleman saca un plato grande de ensalada de algún lugar, se mete un tenedor en la boca y continúa su argumento: “El mundo de cinco dimensiones es hipotético, pero lo que sí vemos, por supuesto, es que los bebés caen en culturas muy diferentes alrededor del mundo. planeta, ya sea una cultura hiperreligiosa o una cultura atea, ya sea una cultura que vive de la agricultura o una cultura que es súper avanzada técnicamente como aquí en Silicon Valley, el cerebro no tiene problemas para adaptarse. Mis hijos, cuando eran muy pequeños, podían operar un iPad o un teléfono celular con la misma facilidad con la que alguien que creciera en un lugar diferente manejaría equipos agrícolas. Entonces, sabemos que los cerebros son extremadamente flexibles”.

La diferencia entre genética y experiencia, o entre naturaleza y crianza, no es tan clara como podría parecer. El pensamiento habitual es que los genes construyen el cerebro y luego el entorno se hace cargo modificando la fuerza de las conexiones entre las neuronas (sinapsis) o estableciendo nuevos contactos. Pero formar nuevas conexiones y modular las antiguas requiere reactivar los mismos genes que construyeron el cerebro en primer lugar. Le planteo este tema.

“La forma de pensar sobre la biología de la mente es que la experiencia significa que hay cambios en todos los niveles, por lo que tu intuición es exactamente correcta: qué genes se expresan y cuáles no son parte de la historia de la plasticidad. A menudo, la historia de la plasticidad simplemente se analiza desde el punto de vista de las conexiones entre las neuronas y las sinapsis que se fortalecen o debilitan. La única razón por la que pensamos eso es porque es fácil de medir. Todo cambia todo el tiempo, no hay una distinción significativa entre lo que sucede a nivel del genoma o lo que sucede a nivel de la sinapsis, esas son sólo líneas arbitrarias que los humanos hemos trazado”, responde.

Un siglo de neurociencia ha establecido que la corteza (o corteza cerebral ), la capa externa que le da al cerebro su apariencia arrugada, está dividida en cientos de áreas especializadas: ver, oír, hablar, proyectar, gestionar las emociones y todo lo demás. Sin embargo, los anatomistas no han encontrado diferencias importantes entre la arquitectura del circuito de un área y otra, ni se conocen genes específicos de cada área. ¿Qué quiere decir esto? Una de las lecciones del nuevo libro de Eagleman es que el cerebro es igual en todas partes. “La corteza utiliza un truco: el mismo circuito en todas partes. La única razón por la que vemos distinciones, como responder a elementos visuales y auditivos, es porque hay diferentes cables de entrada conectados allí”, dice el neurocientífico.

Por ejemplo, la información de los ojos ingresa a través del nervio óptico hasta la parte posterior del cerebro, y así, esa área se convierte en lo que llamamos corteza visual. Pero si te quedas ciego, esa misma corteza se vuelve auditiva, táctil o sirve para otro propósito. Por lo tanto, Eagleman explica que no hay nada fundamental en la compartimentación del cerebro: es sólo una cuestión de qué cables de entrada están conectados a un área u otra, es decir, qué tipo de información recibe.

Misteriosa evolución

La evolución del cerebro es tan misteriosa como su funcionamiento. Los seis millones de años que nos separan de los chimpancés son sólo un abrir y cerrar de ojos en la escala de la evolución, y algunos científicos creen que la clave está en el gran aumento del tamaño de nuestra corteza, que se ha triplicado en comparación con los chimpancés y australopitecos. Eagleman es uno de ellos. “Nuestra corteza es mucho más grande que la de cualquiera de nuestros vecinos, y eso es una gran parte del cambio mágico que ocurrió. También tenemos otras cosas, como una buena laringe que nos permite comunicarnos rápidamente con el lenguaje hablado y, por supuesto, tenemos un pulgar oponible y eso también ayuda mucho. Pero lo principal es el tamaño de la corteza”.

El científico continúa: “Parte de lo que eso hizo, por cierto, es que puso más espacio entre la entrada y la salida, por lo que cuando ves información sensorial y tienes que dar una respuesta, en la mayoría de los animales esas dos áreas son muy muy juntos. Con nosotros, están más separados. Como resultado, cuando ves algo, puedes tomar otro tipo de decisiones. Por ejemplo, me pones algo de comida delante, pero estoy a dieta o no quiero comer esto ahora porque estoy haciendo ayuno intermitente o lo que sea”.

Eagleman enseña neurociencia en la Universidad de Stanford en California, pero su trabajo como investigador y docente no es suficiente para mantener ocupada su mente inquisitiva todo el tiempo. Es el director ejecutivo de Neosensory , una empresa que ayudó a fundar y que se dedica a desarrollar tecnología que ayuda a personas sordas y ciegas a recuperar algunas de sus facultades mediante el reclutamiento de áreas del cerebro normalmente dedicadas a otras funciones, con el fin de reemplazar las perdidas. sentido. También es el científico jefe de BrainCheck , una plataforma digital que ayuda a los médicos a diagnosticar problemas cognitivos.

Además de haber escrito varios libros muy informativos, escribe y presenta la serie de televisión The Brain con David Eagleman y el podcast Inner Cosmos con David Eagleman . Si hay un hilo conductor que recorre toda esta actividad frenética, es el aprovechamiento del conocimiento del cerebro para ayudar a la medicina de maneras innovadoras y creativas.

“La conciencia es el gran misterio sin resolver de la neurociencia. Algunas personas piensan que son sólo algoritmos”.

Mi siguiente pregunta fue inevitable. Y la respuesta de Eagleman fue sí, efectivamente ha utilizado ChatGPT. Dice que la parte más fascinante de los grandes modelos de lenguaje (LLM, el tipo de sistema formado por ChatGPT) es que en este momento estamos en una época más caracterizada por el descubrimiento que por la invención. Cuando se trata de la mayoría de los inventos del pasado (lavadoras, cafeteras), sabemos exactamente cómo funcionan, ya que los ideamos, dice. Pero estos LLM están llenos de sorpresas y hacen cosas que nadie esperaba, ni siquiera sus programadores. "Es asombroso. Pienso algunas cosas. Una es que son muy, muy buenos conectando datos en los que no habías pensado, porque han leído todo en el mundo y tienen una memoria perfecta. Pueden conectar cosas, si haces la pregunta correcta”.

Eagleman cree que esta capacidad de ChatGPT es extremadamente valiosa para la ciencia . “Cada mes se publican unos 30.000 artículos nuevos y no puedo leerlos todos, pero se puede. Recientemente publiqué un artículo en el que sugiero que lo que llamo descubrimiento científico de nivel uno es aquel que reúne cosas que yo simplemente no sabía. Pero eso es diferente del descubrimiento científico de nivel dos, que requiere imaginar un modelo que no existe”.

“Cuando Albert Einstein pensó en la luz”, continúa Eagleman, “pensó: ¿cómo sería si estuviera escribiendo encima de un fotón? ¿Cómo vería el mundo? Al hacer esto, acabó derivando la teoría especial de la relatividad. Ahora, lo que estaba haciendo no era simplemente reunir cosas que ya estaban en la literatura; Estaba pensando en un nuevo modelo y ejecutando esa simulación. Eso es lo que no estoy seguro, en este momento, de que la IA pueda hacer. Por eso creo que los científicos todavía tenemos trabajo en este momento”.

El científico David Eagleman, en su laboratorio del Baylor College of Medicine en Houston, Texas, en 2009.
El científico David Eagleman, en su laboratorio del Baylor College of Medicine en Houston, Texas, en 2009.
Pero Eagleman también es escritor. Y también cree que su otra profesión perdurará en la era de la IA, porque, si bien ChatGPT puede escribir "respuestas sorprendentemente geniales" a una amplia gama de preguntas, como escritor, no es particularmente creativo. “Todo lo que tú o yo podríamos hacer (estructurar y escribir un párrafo, recibir una llamada y hacer algo realmente inteligente e interesante), al menos por el momento, no hace nada tan bueno. Así que, por el momento, no estoy preocupado como escritor”.

Pero, dije, la IA puede copiarlo. “Eres un maestro de las metáforas y analogías. Pero si el tipo de sistema ChatGPT pudiera copiar tu forma de hacerlo, ¿crees que tu trabajo estaría en peligro? Yo pregunté.

“Tú también eres escritor, sabes que escribir es difícil”, responde cortésmente. “Y si en 10 años ChatGPT pudiera escribir un buen libro , sería fantástico. Pero no estoy convencido de que sea posible, porque escribir un buen libro requiere juntar nuevas ideas y nuevos modelos, nuevas formas de pensar, y luego decir: 'Está bien, ¿qué historia contaría para comenzar este capítulo para presentar este concepto? ? Y luego, ¿qué concepto presento a continuación y a continuación? Cuando escribo un libro, pienso en todos estos niveles al mismo tiempo, en cuál es la experiencia para el lector y cómo hacer lo que se llama una devolución de llamada, donde regresas a algo que tenías antes. . Estoy pensando en todo eso del mismo modo que se componería una gran sinfonía, por ejemplo. Y creo que en este momento, debido a que ChatGPT o estos LLM simplemente están pensando en qué palabra viene a continuación, no pueden hacer eso. No puede pensar en todos estos niveles al mismo tiempo”.

Eagleman explica que lo que le resulta difícil de digerir cuando se trata de ChatGPT es que “ha leído todos los libros que han existido, cada blog, cada página web, y recuerda todo eso. Lo que esto ilustra es que, fundamentalmente, también somos una especie de máquinas estadísticas. Y si simplemente copias las estadísticas de eso y sabes qué sucedió con cada cosa que alguna vez fue escrita por humanos, resulta que funciona mucho mejor de lo que jamás hubiéramos imaginado”.

Mente/máquina

Una de las áreas que investiga Eagleman son las interfaces mente/máquina, pequeños paneles de electrodos que se implantan en el cerebro para ayudar a las personas ciegas o sordas. ¿Cómo se aseguran de que estos electrodos se conecten a las neuronas correctas?

“Sabes el área en la que lo estás colocando. Entonces, por ejemplo, si quiero que alguien controle un brazo robótico, lo coloco en el área que controla el brazo normalmente. Es importante señalar que, en primer lugar, se trata de una gran colección de neuronas. Digamos que estás moviendo el brazo, pero si te atara un poco de peso a la muñeca, no te llevaría mucho tiempo descubrir cómo mover la muñeca para agarrar el café de forma adecuada. Tu cerebro está acostumbrado a que tu cuerpo cambie siempre. Tal vez estoy sosteniendo un montón de cosas y tengo que abrir la puerta de otra manera, o lo que sea. El cerebro está muy acostumbrado a hacer esto. Por eso no importa exactamente las 100 neuronas desde las que estás midiendo. El cerebro simplemente lo descubrirá. Bueno, quiero controlar este brazo robótico y él simplemente descubre cómo moverse”.

¿Lograrán las máquinas una forma de conciencia? “Todo el mundo tiene una opinión al respecto, pero realmente no lo sabemos. El misterio central sin resolver en la neurociencia es la conciencia. Una idea es la hipótesis computacional, que tiene que ver con algoritmos, y si replicas esos algoritmos en silicio, obtienes conciencia. Pero otra escuela de pensamiento dice: mira, tal vez sea algo especial lo que estás obteniendo con estos sistemas biológicos, algo que ni siquiera hemos descubierto todavía”.

Es sorprendente lo que puede hacer una ensalada.