El arte de narrar Gabriel García Márquez

Fotografía: AP/Wide World Photos




      El vanguardismo no arraigó - a diferencia de otros países latinoamericanos- en la literatura colombiana del presente siglo, pero en cambio, fue esta literatura la que alumbró en 1924 la gran novela de la selva latinoamericana: La vorágine, de José Eustasio Rivera: una obra de profundo contenido alegórico y que constituye, junto con Doña Bárbara,  del venezolano Rómulo Gallegos, y Don Segundo Sombra, del argentino Ricardo Güiraldes, la tríada de títulos mayores de la llamada "novela de la tierra". Es preciso conceder a este regionalismo la importancia que merece,  porque es, sin duda,  uno de los elementos que confluyen en lo que más tarde se va a conocer como el boom de la novela hispanoamericana de los años sesenta y, muy particularmente, en la obra del gran novelista colombiano Gabriel García Márquez.  
      
Pero, hablar de regionalismo en la novelística del autor de Cien años de soledad sólo puede hacerse en el sentido de que se trata de una de las raíces en que se hunde el maravilloso mundo imaginario de este escritor. Porque en la obra de García Márquez, además de la novela de la tierra, se halla la impronta de Faulkner y de su  mítico condado de Yoknapatawpha, el sentido rigurosamente autónomo de las ficciones de Borges, la precisión y la absoluta economía expresiva de hemingway... y tantos otros rasgos que podrían señalarse y que, como en el resto de escritores del boom -desde Carlos Fuentes y Julio Cortázar a Mario Vargas Llosa-, hablan de la mayoría de edad de una novelística que alcanzó una difusión mundial hasta configurar uno de los fenómenos literarios de mayor relieve en las últimas décadas.  
      
Cuando en 1982 Gabriel García Márquez recibió el premio Nobel de Literatura, se hizo evidente que con él se galardonaba al más célebre de los escritores latinoamericanos de la generación del boom, pero también que se rendía homenaje al narrador que había devuelto a la novela el gozo de contar. Nunca se subrayará lo suficiente que la formidable acogida que en todo el mundo se dispensó a Cien años de soledad se produjo en un momento en el que la crítica occidental cuestionaba la misma existencia de la novela. Y no hay duda de que la mayor de las aportaciones de García Márquez ha sido la de devolver la dignidad y la autenticidad a un género literario que muchos ya daban por desaparecido. El fenómeno protagonizado por el novelista colombiano tiene mayor envergadura de lo que parece y, más que entretenerse en la supuesta palingenesia de la novela, lo que conviene hacer es resaltar la inversión que Cien años de soledad, y el conjunto de la espléndida narrativa de este autor, ha propiciado. Dicho en otras palabras: laobra de Gabriel García Márquez, de ser influida ha pasado a ser influyente en aquellas literaturas como la francesa, la inglesa y la alemana, que hasta hace bien poco ostentaban, sin duda, la primacía mundial.  
      
La explicación de por qué la vieja novela europea se ha esterilizado tendría que buscarse en el abuso de la técnica, en la falta de imaginación, en la neurótica avidez de lo más novedoso y en otras razones de fondo que llevarían muy lejos. Pero no hay duda de que la lección de García Márquez a los engolados novelistas del Viejo Continente ha consistido en no desenraizarse del mito, y por consiguiente de las realidades primordiales, y en entregarse sin prejuicios a los dictámenes de la libre y espontánea fabulación creadora. Narrar es un arte, y un arte gozoso, y sólo él depara el placer de la lectura. El vasto reconocimiento internacional de que ha sido objeto García Márquez no sólo prueba que la novela no ha muerto, sino que sigue viviendo. Y, de hecho, la novela aún sigue estando en el centro del quehacer literario.
[Historia de la Literatura, RBA Editores, 1994] 

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