Una historia milagrosa, aún para quien no cree en los milagros.
Aldous Huxley, escritor de Un mundo feliz y Las puertas de la percepción, escribe en 1925 un ensayo sobre esta obra, del cual traduzco unas líneas:
“Y cuando uno llega a Sansepolcro, que tiene para ver allí. Un pequeño pueblo rodeado de paredes en un ancho valle entre colinas; una serie de buenos palacios renacentistas con bonitos balcones de hierro forjado; una no tan interesante iglesia y, finalmente, la mejor pintura del mundo.
La mejor pintura del mundo está pintada al fresco en una pared del ayuntamiento. Ciertos vándalos benéficos la cubrieron, un tiempo después de ser pintada, con una gruesa capa de yeso que la ocultó durante uno o dos siglos, para que finalmente fuera rescatada en un estado de conservación impecable para un fresco de esa fecha”.
Pero el “milagro” no es el de los “vándalos benéficos”. La historia cuenta que en 1944, una compañía británica a cuyo mando está el teniente Anthony Clarke, se dispone a liberar el pueblo italiano de Sansepolcro, tomado por los alemanes.
Cuando la artillería se despliega y comienza el bombardeo, Clarke recuerda de dónde le suena el nombre de Sansepolcro: es el lugar donde alguna vez ha leído que Huxley dice que se encuentra “la mejor pintura del mundo”.
El teniente, de manera “insensata” ordena detener el bombardeo, tomando el riesgo que sea para su compañía y para él mismo. Increíblemente, más adelante se enteran de que los nazis ya se han marchado a las colinas y al final los ingleses toman el pueblo lo mismo, pero sin ningún tipo de “masacre”.
Se salva el arte, se salvan las antiguas construcciones del pueblo, se salvan muchas vidas. Tony Clarke a su vez se salva de un Consejo de Guerra.
Ésta es la historia de La resurrección, o “La mejor pintura del mundo”. Una obra que por un lado muestra a Cristo inaugurando un nuevo mundo (observemos el paso del paisaje muerto al paisaje espléndido, renacido), y por el otro salva a un antiguo pueblo y salva al hombre del salvajismo y la estupidez del hombre.
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