Tiempos modernos “Lo que es escandaloso en el escándalo es que te acostumbras a él”,

 “Lo que es escandaloso en el escándalo es que te acostumbras a él”, escribió Simone de Beauvoir en 1960. Y así es, en efecto. Todos lo constatamos a diario

Mahatma Gandhi con Charlie Chaplin. / Dinodia Photos - Alamy Stock Photo

Ignacio Echevarría

Por fin encontré el rato de ver The Real Charlie Chaplin (2021), el aplaudido documental de Pete Middleton y James Spinney sobre el genial cómico inglés. Excelente montaje de un ímprobo trabajo de archivo: sólido, bien narrado, sin alardes ni amarillismos. Algunos datos que desconocía me sorprendieron. Me dejaron estupefacto, sobre todo, las dimensiones y la sordidez de la campaña emprendida contra Chaplin por el macartismo, que concluyó con su exilio en Suiza. Y nada sabía de su ocasional encuentro con Gandhi en Londres, en septiembre de 1931. Según fuentes presenciales, la mayor parte del tiempo que pasaron juntos Chaplin y Gandhi conversaron... ¡sobre la industrialización de la India! Al parecer, aquel encuentro dejaría una profunda huella en Chaplin, en su pacifismo militante y en su actitud hacia ciertos aspectos del progreso, plasmada más adelante en Tiempos modernos (1936). Como sea, lo verdaderamente impactante es la imagen de Chaplin y Gandhi juntos. Ocurre a menudo que determinadas figuras históricas parecen pertenecer a mundos diferentes, por muy contemporáneas que sean. La inmensa popularidad de Chaplin le permitió codearse con no pocos de los grandes de su tiempo. Hay testimonios gráficos de sus encuentros con toda clase de personalidades, tanto de la política como de la cultura, de Churchill a Einstein. En el documental al que me he referido, se trazan los paralelismos entre su vida y la de Adolf Hitler, nacido el mismo año de 1889, con sólo dos días de diferencia. Pero de pronto la imagen de Chaplin y Gandhi (veinte años mayor que él) genera una especie de cortocircuito. Cuántas veces no habré fantaseado con un libro que documentara eso mismo: el cruce chocante de personalidades cuyas trayectorias parecen pertenecer a ámbitos diferentes, casi incompatibles, de nuestra percepción de la Historia, de la realidad. Una forma de ilustrar y de aprender la complejidad y pluridimensionalidad del mundo que habitamos.

23.03.24
Sigo leyendo, en dosis homeopáticas –como corresponde a este tipo de libros–, la Saga de los intelectuales franceses de Françoise Dosse (Akal). En días pasados, me enfrasqué en los capítulos dedicados a la guerra de Argelia (1954-1962), que adquiere nuevos y muy concernientes relieves sobre el trasfondo de la invasión y masacre de Gaza por parte de Israel. Posiblemente no haya mejor vía que el recuento de ese episodio terrible para, salvadas las distancias, hacerse cargo, desde una perspectiva aún reciente y estrictamente eurocéntrica, tanto del tipo de mentalidad como del marco y el nivel de los debates que explican que una parte de la intelectualidad y no sólo de la población pudiera consentir o directamente alentar políticas de segregación y de represión extremadamente violentas. Con su preciso instinto para la cita, Dosse recuerda una frase de la muy sonada columna con que, en 1960, y desde las páginas de Le Monde, Simone de Beauvoir alertó a la opinión pública del riesgo de asesinato en que se hallaba Djamila Boupacha, joven nacionalista argelina detenida, secuestrada, torturada y violada por un grupo de la 10ª división de paracaidistas encargada de la pacificación de Argel: “Lo que es escandaloso en el escándalo es que te acostumbras a él”, escribió. Y así es, en efecto. Todos lo constatamos a diario. En el tirón de la lectura, volví a ver La batalla de Argel (1966), de Gilo Pontecorvo, que, con toda su fuerza intacta, se carga de nuevas vibraciones cuando uno la revisita con el ruido en la mente de lo que sigue ocurriendo en Palestina. Recomiendo vivamente este ejercicio a quien pueda permitírselo: no se arrepentirá.

24.03.24
Según la delegada de Cultura, Turismo y Deporte de la Comunidad de Madrid, Marta Rivera de la Cruz, España, en América, “no tenía colonias, tenía virreinatos”. De ahí que, según ella, resulte gratuito hablar de colonialismo en los museos. “Cuando uno viaja por América Latina ve que todo aquello que se obtuvo en excavaciones –que por cierto sufragaba el reino de España– se ha quedado in situ, no se ha traído aquí”. Lo de España, advierte Rivera de la Cruz, nada tiene que ver con lo de Bélgica en el Congo, a diferencia de lo que insinúa, despistado, el ministro Urtasun. España “no expolió a sus países para traerse las joyas que se encontraban, sino que se quedaban allí”, afirma Rivera de la Cruz. ¡Y lo dice toda convencida! A saber entonces qué traían de Ultramar los galeones españoles. Souvenirs, espejitos, lentejuelas, es de suponer. Se puede ser lelo de infinitas maneras: una de ellas consiste en pensar que en América, en los siglos XVI, XVII y XVIII, el Reino de España financiaba excavaciones arqueológicas para obsequiar los tesoros encontrados a las administraciones locales. Por supuesto que en España no se refleja el colonialismo en los museos. No hubo lugar para eso. Entre otras cosas porque en los tiempos del Imperio no existía el concepto moderno de museo. Ni siquiera el de patrimonio artístico. Cuanto se encontraba hecho de oro o de plata era fundido en lingotes. Las joyas, saqueadas y comercializadas. Y claro que hubo expolio, cómo no: a lo bestia, y durante siglos, sin consideraciones de ninguna naturaleza. Otra cosa es la insensibilidad hacia el arte precolombino y el desinterés por sus monumentos y creaciones, a menudo tachadas de “diabólicas”. Pero la señora Rivera de la Cruz lo mismo se piensa que Lope de Aguirre y sus marañones andaban por ahí buscando piezas para las colecciones del virrey del Perú. 

26.03.24
La vida como un largo viaje en tren, emprendido de buena mañana. La fresca atención con la que uno comienza a contemplar el paisaje a través de la ventana. Conforme oscurece, sin embargo, y se encienden las luces del vagón, el vidrio va convirtiéndose poco a poco en un espejo, y en la ventana se refleja el rostro de uno mismo en primer plano, ya sin exterior, sobre un fondo de sombra. 

29.03.24
“Los grandiosos tiempos en que las palabras / servían para el alegato humano / y la imaginación de pequeños contenidos locales, / y las tapas cerraban” (Robert Creeley, Pedazos).

03.04.24
Indignado con el autor de un pésimo drama trágico en cinco actos que acababa de ver, don Miguel de los Santos se llevaba las manos a la cabeza y exclamaba: “¡Con lo fácil que era no escribir un drama trágico en cinco actos!”. Lo recordaba Antonio Machado. Algo bastante parecido vengo a decirme yo mismo cuando leo un mal libro, pero sobre todo cuando veo una mala película, con todo el gasto y el trabajo y la gente y el follón que conlleva.

04.04.24
Conforme nos adentramos en la primavera, comienzan a prodigarse los carteles anunciadores de los festivales musicales de verano, en los cuales giran y giran, como en un tiovivo, los nombres de siempre, uno diría que repetidos año tras año, algunos desde tiempos inmemoriales, todos mezclados y superpuestos, Raphael, Tom Jones, Diana Krall, Sopa de Cabra, Estopa, Andrés Calamaro, Taburete, Coque Malla, Sergio Dalma, Rosarillo, Alice Cooper, Luz Casal, Love of Lesbian, Pet Shop Boys, Amaral, Belle and Sebastian, James Blunt, Patti Smith, Xoel López, Julieta Venegas, Alex Cooper, Hombres G, Avril Lavinge, Albert Pla, Carla Bruni, Eliades Ochoa, Ara Malikian… Me entretengo buscando equivalencias con el mundo de las letras, con autores que uno ve reaparecer una y otra vez, ya no sabe desde cuándo, quizá con el mismo libro, cada uno con su propia ración de lectores haciendo cola para una firma, sin nada que ver entre sí pero todos de algún modo confundidos –incluidos los teloneros como yo mismo– en los “festivales” literarios y cursos de verano, como los mencionados artistas en los carteles.

05.04.24
Resulta casi conmovedora la rijosidad que transparentan algunos novelistas decimonónicos en sus descripciones de según qué mujeres. Ocupándome meses atrás de una reedición de Peñas arriba, de José María de Pereda, di con este pasaje en que el narrador y protagonista emplea los siguientes términos de comparación cuando, entre sus compañeras, divisa a la aldeana de la que anda enamoriscado: “como luna de enero entre nubes grises, o más propiamente, como una manzanita de agosto arrebujada en las hojas de su ramo: así estaba de coloradita, de tersa y de apretada la redondez de sus carnes por allí”. Hay que imaginarse al pudibundo Pereda, ultraconservador, carlista y archicatólico, apañándoselas como puede para dar curso a lo cachondo que le pone el recuerdo de vaya uno a saber qué montañesa. Si bien en esto de sorber las babas cuando describe a algunos de sus personajes femeninos nadie le gana a Zola, acaso el más sensual y táctil de los escritores de su tiempo. 

Dios nos libre de envejecer como vemos hacerlo a tantísimos escritores, intelectuales, periodistas y políticos españoles.

07.04.24
Dios nos libre de envejecer como vemos hacerlo a tantísimos escritores, intelectuales, periodistas y políticos españoles. La cuestión, tratada por unos y por otros con más o menos alarma, con más o menos choteo, amenaza convertirse en una cuestión de Estado. O cuando menos en un asunto que enfrentar colectivamente, a despecho de las cuotas de poder que los dichos escritores, intelectuales, periodistas y políticos españoles siguen acaparando. Modelo casi insuperable de lo que vengo diciendo –pese a la reñida competencia de figurones como Mario Vargas Llosa, por lo demás bastante más simpático– es Juan Luis Cebrián. Claro que ni siquiera él mismo será capaz de superar nunca, por mucho que vuelva a intentarlo, la increíble exclusiva que, junto a su joven pareja, Mihaela Mihalcia, concedió hace ya cinco años a Vanity Fair. Este hombre parece no tener fondo cuando se trata de ponerse en evidencia. Lo último es –a modo de colofón del rosario de expulsiones y de autoexclusiones que el Periódico Global viene instigando o padeciendo, ya no se sabe– su ruptura con El País tras ser fichado como colaborador estrella por The Objective, la niña del ojo derecho de Díaz Ayuso. Cebrián conducirá para este periódico digital una serie de conversaciones que se titularán, para sorpresa de todos, “Conversaciones con Cebrián”. Menudo planazo. ¿Y quién ha sido el primero en ser invitado al programa (un podcast, con vídeo para YouTube)? ¡Sí! ¡Felipe González! ¡Dios los cría y ellos se juntan! El entrañable bailarín (“Vals, salsa, da igual: Juan baila fenomenal”, nos revelaba Mihaela) y el Gran Líder de “mirada tontiastuta” (Ferlosio dixit) una vez más frente a frente, para contar batallitas y darnos consejos a todos. Lo dicho: un planazo. Y lo que seguirá.

08.04.24
Alguna vez lo he contado. Pertenezco a una numerosa familia de pedigrí franquista, por ambas partes. Entre mis tíos carnales se contaban mártires de guerra y un buen número de excombatientes. Aunque mi infancia pertenece a los años sesenta, ya bastante lejos de la más oscura posguerra, la Guerra Civil seguía siendo un tema frecuente en no pocas tertulias familiares. Recuerdo en particular a uno de mis tíos contar con bastante gracia la extrañeza y el espanto que le produjo la fauna humana que afloró en las calles de la Barcelona revolucionaria al poco de haberse producido el Alzamiento del 18 de julio. Mi tío describía, con horror exagerado, las greñas de las milicianas, los camiones pintarrajeados y llenos de chusma vociferante que nunca antes había visto. ¿Dónde se escondían? En la ciudad en que él había crecido a esa gente no se la veía. O quizá sí, claro, cabe suponer, pero convenientemente disimulada, subida a los andamios de las obras, con delantal de sirvienta, arrastrando un carro de frutas o lustrando zapatos. Y de pronto… Me vino este recuerdo a la mente cuando vi las fotografías del bodorrio del alcalde Almeida en Madrid, con asistencia de la más rancia nobleza española (rey emérito incluido) y de buena parte de la plutocracia y de la derechona política de la capital. Ya he confesado desde aquí mismo mi debilidad por revisar las galería de famosos que desfilan por las alfombras rojas. Lo del bodorrio de Almeida estaba a la altura, si bien en versión Halloween. ¡Por Dios! ¿De dónde salía toda esa gente así disfrazada? ¿Dónde anida toda esa pajarería durante los días corrientes? ¿Será posible que esa figura gallinácea fuese Esperanza Aguirre? ¿Pero es que no se pueden poner algo ya no digo elegante sino más o menos llevadero? ¿Por qué esta necesidad de tapizarse como sofás, de arrastrar cortinas o de ponerse macetas, plumeros, nidos de cigüeña, redes de pescador y mesitas de noche en la cabeza? Pero, sobre todo, eso: ¿dónde se meten en el día a día? ¿Cómo salen a la calle? ¿Se parecen siquiera remotamente a eso que se ve en las fotos de la boda? ¿Llevan burka? ¿Se visten como la gente normal? ¿Son las mismas que se reúnen a merendar por las tardes en la pastelería Mallorca de la calle Velázquez, que se van de compras a Jorge Juan, que veranean con sus pingüinos en Sotogrande o en Comillas? ¿Y por qué para una boda se ponen así? Preguntas, sólo preguntas.

08.04.24
“Nuestras palabras / nos impiden hablar. / Parecía imposible. / Nuestras propias palabras” (Pedro Casariego Córdoba).

10.04.24
Jorge Bustos acaba de publicar Casi (Asteroide), “una crónica del desamparo”, “una investigación necesaria sobre la vida de los sintecho en Madrid que ahonda en los límites de la dignidad humana”. De creer a Javier Cercas, se trata de “un relato sin ficción que hace, con un coraje y una limpieza admirables, lo que solo la literatura de verdad puede hacer: volver visible lo invisible, enfrentándonos a una realidad –la de la pobreza y la exclusión radicales– que no queremos ver”. Como era de esperar tratándose del subdirector de El Mundo, los medios de la derecha han recibido el libro con entusiasmo y le vienen dedicando una amplia cobertura: entrevistas a gogó, reseñas encomiásticas, columnas consagratorias... Que si Galdós, que si Baroja, que si Gutiérrez-Solana, que si Buñuel, que si la madre que lo parió… No digo yo que el libro no se merezca esto y mucho más, cualquiera sabe. Pero no dejan de hacerme gracia, entre tantos ditirambos, la sorpresa y la emoción con que tantos parecen enterarse, gracias a Bustos, de que, mira tú, en Madrid hay indigentes y tipos desahuciados, oye… ¡y tienen su dignidad! Tenía que venir Bustos para que nos enteráramos. El mismo Bustos, a su vez, tenía que irse a vivir cerca del Centro de Acogida San Isidro de Madrid (C.A.S.I.) para enterarse. Y como es un tipo duro y valiente y no duda en mirar allí adonde los demás preferimos no hacerlo, pues va y mira y lo cuenta, como hacen los periodistas “de raza”, y a muchos eso nos basta y sobra, para qué más. Como él mismo dice hacia el final del libro, “mantener vivo lo particular frente a las generalizaciones de la ideología: esta es la humilde batalla en la que hay que comprometerse”. Eso, eso: no generalizar, no vaya a ser que tengamos que tomar medidas. Me acuerdo de pronto de las sonadas declaraciones que hizo años atrás el consejero de Educación y portavoz de la Comunidad de Madrid, Enrique Ossorio, en réplica a un estudio elaborado por Cáritas conforme al cual había en Madrid 1,5 millones de personas –corría el año 2022– en situación de exclusión social. El muy capullo se puso a mirar a un lado y a otro con cara de extrañeza (el escenario era un “desayuno informativo” organizado por Nueva Economía Fórum) y se preguntó: “Pues ¿por dónde estarán?”. Ahora viene Bustos y se lo dice. ¡En el CASI! Pero que mejor se asome a Casi, a sus “páginas desgarradoras”, de “poderosa escritura”, llenas de “literatura de verdad”. Así da gusto. No es de extrañar que el libro lo presentara en Madrid el alcalde Almeida, bien conocido por sus políticas sociales.

11.04.24
La Vanguardia publica hoy una fotografía estremecedora de Salvador Dalí agonizante, con Jordi Pujol sentado a un lado y, al otro, uno de sus cuadros: El nacimiento de una diosa, de 1960. El rostro de Dalí decrépito, pelado el cráneo, con la nariz entubada y la boca abierta, es el de un muerto, mientras que su cuerpo aparece envuelto en una gran sábana –un sudario– que forma amplios pliegues, como en un cuadro flamenco. La fotografía, de Pedro Madueño, que yo no conocía, ilustra un notable artículo de la periodista Teresa Sesé donde comenta de manera muy incitante un libro recién aparecido en catalán: Els últims secrets de Dalí, de Josep Playà Maset (Editorial Gavarres). Dice Sesé de él “que parece un thriller entre cuyos protagonistas encontramos desde el Rey emérito a Jordi Pujol, pasando por Jorge Semprún, Tierno Galván y Pasqual Maragall”. El relato de Playà Maset, tal y como lo resume Sesé, es un formidable enredo que ilustra como pocos la correlación de fuerzas y las dinámicas puestas en juego durante los estertores de la Transición. Junto a los tejemanejes que precedieron al regreso a España del Guernica de Picasso, la disputa por la herencia de Dalí, fallecido en 1989, ilustra modélicamente de qué modo el Estado español impuso su prepotencia sobre las pretensiones de vascos y catalanes de beneficiarse de dos valiosos legados artísticos, de signo por otro lado muy divergente. A los pocos meses de la llegada del Guernica a Madrid, en septiembre de 1981, Dalí revocaba el testamento en que repartía sus bienes entre el Estado español y la Generalitat de Cataluña y cedía su legado íntegro al primero. Cuenta Playà Maset cómo “tras la muerte de Gala (en junio de 1982), el Estado se volcó en Dalí, le concedió la medalla de Carlos III, retornó la obra de Dalí que estaba en París y Nueva York, regularizó su situación fiscal, compró dos obras por valor de cien millones de pesetas, lo nombró marqués de Púbol...”. Con buen ojo, el entonces alcalde de Figueres, Marià Lorca, viendo la maniobra, emprendió un proceso de acercamiento a Dalí. A contrapelo de los recelos de los sectores intelectuales del catalanismo y del progresismo, “consiguió que la Generalitat concediera una subvención para la compra de lo que luego se llamaría Torre Galatea […] consiguió que el Centro de Estudios Dalinianos se quedara en Figueres y, sobre todo, empieza a cuidar a Dalí. Le hace hijo predilecto de la ciudad, le hace regalos, le arregla Torre Galatea para que pueda trasladarse allí cuando se incendia su habitación del Castillo de Púbol...”. Dos meses antes de morir, es al alcalde Lorca a quien Dalí acude para pedirle ser enterrado en su Teatre-Museu. Al mismo tiempo le pide que traiga un notario… Cabe imaginar –así lo especula Playà Maset– que fuera para cambiar de nuevo su testamento. Al parecer, la troika a la que se acusaba de tener secuestrado a Dalí –el pintor Antoni Pitxot, el abogado Miguel Doménech y el fotógrafo Robert Descharnes– se ocupó de que el notario no llegase a ver a Dalí mientras éste permanecía aún consciente. La agonía del bufón franquista, también su aspecto físico al morir, replicó patéticamente la del dictador, incluidos esos partes médicos llenos de repelentes tecnicismos. Cuenta Sesé que, cuando se conoció el testamento del artista, Pujol declaró, mosqueado: “Nos sentimos engañados, pero no sabemos por quién”.

15.04.24
“Me interesó la poesía porque era 1) gratuita y 2) un material común. Ni oro ni plata, sino palabras, y las palabras son algo barato, algo que está al alcance de cualquiera. Y eso me encantaba, que la gente no estuviera excluida de las palabras simplemente porque no pudiera permitírselas. Después me di cuenta de que siempre hay forma de que la gente no pueda costearse ciertas palabras, pero eso fue más tarde, claro, implicaciones sociales, hábitos del habla, etc. De todas maneras, me gusta esa idea de que las palabras sean inicialmente un material común y accesible. También me gusta que se pueda jugar con ellas, cambiar la situación de una frase, alterar estructuras, significados” (Robert Creeley en conversación con Marcos Canteli).

Admirable esa puntualización acerca de que hay gente que no puede costearse ciertas palabras. Acaso constituiría un útil servicio empezar por allí: por identificar las palabras que no son del todo gratuitas, que algunos no pueden costearse. Pensemos juntos cuáles son, cómo inventariarlas. Qué criterios emplear para esta tarea pendiente: un vocabulario de palabras jerarquizado conforme a los ingresos y/o al estatus social y cultural del hablante.

17.04.24
“Alma de quien todo un dios prisión ha sido, / venas que humor a tanto fuego han dado, / médulas que han gloriosamente ardido, / su cuerpo dejarán, y su cuidado; / serán ceniza, y no tendrán sentido; / polvo serán” (Francisco de Quevedo, “Amor constante más allá de la muerte”, versión).

18.04.24
Vísperas de las elecciones vascas, cuya campaña ha quedado envuelta estos últimos días por las airadas reacciones al penoso, titubeante comportamiento de Pello Otxandiano, candidato de Bildu, cuando, durante una entrevista para la SER, evitó calificar a ETA como “grupo terrorista”. Más penosa todavía que la resistencia a emplear el calificativo de “terrorista” fue la retórica empleada para envolverla y justificarla. Lo increíble es que esta cuestión no hubiera saltado antes, y que Otxandiano no estuviera bien preparado para responder convenientemente a una pregunta tan sencilla, directa y previsible como la que le hizo Aimar Bretos. Está por ver el precio que Bildu vaya a pagar por este resbalón, no parece que vaya a ser grande, más allá del estrépito a que ha dado pie en el ámbito estatal. Como sea, los desgarramientos de vestiduras que han seguido a los lamentables titubeos de Otxandiano tienen lugar cuando llevamos meses de discusión y de trifulca en torno a si algunos de los sucesos ocurridos en Cataluña durante los meses más crispados del procès constituyeron o no delitos de terrorismo, como pretenden los partidos de la derecha y no pocos sectores de la judicatura. Unos se empeñan en hablar de terrorismo cuando no lo hay, y otros en negarlo cuando sí lo ha habido. Unos tratan de obtener una ventaja en el hecho de ampliar el concepto de terrorismo hasta la inanidad, otros tratan de escurrir el bulto restringiendo y matizando ad infinitum ese mismo concepto. Unos y otros, si se quiere con diferentes niveles de inmoralidad, contribuyen a desgastar la palabra y a hacerla inservible, ya sea a fuerza de abaratarla, ya de encarecerla. Otxandiano en la SER: “las consideraciones o las denominaciones pueden ser diversas…”. Las consideraciones sí, las denominaciones no. Porque si no compartimos la lengua, el vocabulario, si lo subjetivamos –cosa a la que tiende de forma cada vez más mecánica e insistente la clase política–, se va haciendo imposible entenderse, que era de lo que en un principio se trataba. 

19.04.24
Hará más de un mes que Franco Berardi puso en marcha un blog, Il Disertore, que recomiendo vivamente a quienes se preocupan de obtener un comentario juicioso, apasionado, crítico y comprometido con la actualidad política y cultural.

La Historia se ha convertido desde hace ya tiempo en un objeto de consumo

20.04.24
La Historia se ha convertido desde hace ya tiempo en un objeto de consumo. Periodismo + publicidad + cultura de masas + redes sociales han promovido una verdadera adicción por el acontecimiento supuestamente “histórico”, ya se trate de una cumbre política, de una manifestación, de la erupción de un volcán, de la visita de un famoso, de un acontecimiento deportivo, de un concierto de pop, de una gran exposición… lo mismo da. De lo que se trata es de poder decir: “yo estuve allí”, y acreditarlo, cómo no, con alguna fotografía. A este propósito, he recordado alguna vez un formidable pasaje de V.S. Naipaul en uno de los reportajes que hizo sobre Argentina a comienzos de los años setenta: “Creo que después de Marx la gente es muy consciente de la Historia... La gente se ve a sí misma interpretando un papel en este proceso. Esto resulta tan peligroso como no tener ninguna visión de la Historia. Envanece mucho a las personas”. Me parece que se está lejos de haber profundizado en este fenómeno, relativamente nuevo. El adjetivo “histórico” –récord “histórico”, resultado “histórico”, partido o torneo “históricos”, tormenta “histórica”, y así ad infinitum– es empleado sin cesar para cualquier nadería. Quien más quien menos, andamos convertidos todos en reporteros de la Historia.

22.04.24
“Reivindico vivir plenamente la contradicción de mi tiempo, que puede hacer de un sarcasmo la condición de la verdad” (Roland Barthes, prefacio a la primera edición de Mitologías, 1957).

24.04.24
La 2 –es decir, la televisión estatal– emite, en el marco de una serie dedicada a “la suerte de ser periodista”, un documental de cerca de una hora de duración ad majorem gloriam de Federico Jiménez Losantos. Veo el tráiler y desfilan por él los sospechosos habituales, todos cantando las glorias de la “babosa” (él mismo, hasta donde veo, se califica así durante el documental). Los más destacados articulistas y tuiteros del extremo centro se apresuran a publicitar el programa. En Babelia, Jordi Amat dedica un amplio artículo al último panfleto de este saco de odio y de vileza, y se refiere a él, una y otra vez, como “revolucionario”. La pieza está escrita con una tímida y calculada ironía, muy preocupada de no atentar contra la ecuanimidad. Ya es la segunda vez que Amat reseña en Babelia uno de los libelos de Losantos, que escribe poco menos que uno cada dos años. Me pregunto si hay que prestar tanta atención a las conspiranoias de este lamentable personaje, ni siquiera para refutarlas, ni siquiera para embromarlas. Me pregunto de qué es indicio este prestar oído al croar de la rana.  

26.04.24
Macron se pone dramático y arranca la campaña de las elecciones europeas con una advertencia: “Nuestra Europa puede morir”. No sabemos muy bien a quiénes abarca ese “nuestra”. En cualquier caso, la Europa de Macron merece morir, si es que no lo ha hecho ya, convertida en un parque temático para turistas orientales y en un peón geoestratégico de Estados Unidos. Todo cuanto han hecho Macron y sus pares por “salvar” a Europa, tanto cultural como política como económicamente, ha sido y sigue siendo en detrimento y perjuicio de las premisas con que se acuñó –hace bien poco, por lo demás, no más atrás del siglo XIX– la idea de Europa, que apenas sobrevive en la actualidad a su propia ruina. Las palabras de Macron se envisten de los ecos prestigiosos de Paul Valéry y de sus melancólicas consideraciones sobre Europa realizadas en el marco de la Conferencia de Paz que siguió al final de la Primera Guerra Mundial (y que sembró las semillas de la Segunda). Decía Valéry en una carta publicada en 1919 en la revista londinense The Athenaeum: “Nosotras, las civilizaciones, sabemos ahora que somos mortales…Elam, Nínive, Babilonia eran bellos y vagos nombres y la ruina total de esos mundos tenía tan poca significación para nosotros que su existencia misma. Pero Francia, Inglaterra, Rusia… podrían ser también bellos nombres… Sentimos que una civilización tiene la misma fragilización que una vida. Las circunstancias que llevarían a las obras de Keats y de Baudelaire unirse a las obras de Menandro no son por completo inconcebibles: están en los periódicos”. Así es: en los mismos periódicos que recogen las idiotas advertencias de Macron y sus delirios napoleónicos. Un siglo después de que Valéry escribiera esa carta, Europa no ha dejado de trabajar en el cumplimiento de su admonitoria profecía, bajo el liderazgo de fatuos cretinos como Macron.

30.04.24
En el marco de un curso sobre “la novela histórica”, dirigido por Andreu Jaume, doy en el CCCB de Barcelona una charla sobre el ciclo novelístico de La guerra carlista, de Ramón del Valle-Inclán. Me he ocupado en otras ocasiones de este proyecto decisivo en la trayectoria de Valle, que aborda además un episodio crucial en la historia de España, mucho menos atendido de lo que debería. Durante la charla, resumiendo de modo sumarísimo el desarrollo de las guerras carlistas en el siglo XIX, reparo una vez más en dos cuestiones sobre las que pienso que valdría la pena ahondar bastante más de lo que se lleva hecho. Por un lado, las guerras carlistas asientan en España la tradición de la guerra civil, una tradición de la que la Guerra Civil por excelencia, la de 1936-1939, es sólo el fruto maduro, que no ha dejado de sembrar su semilla, como se deja ver estos días. Por otro lado, puede que sólo el carlismo y sus guerras procuren en la actualidad el único punto de vista capaz de abarcar y explicar en una sola perspectiva integradora, y con la conveniente profundidad de campo, la deriva de los nacionalismos vasco y catalán y la emergencia de Vox. 



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