¿Tiene futuro la democracia?
El pulgar inteligente y la democracia enferma
La generación que viva 150 años ya ha nacido. Vivirá en un hábitat terrestre diferente y más hostil, y coexistirá con varios sistemas de IA. Lo que no sabemos es si lo hará en una sociedad democrática.
Jordi Sevilla
La generación que viva 150 años ya ha nacido. Vivirá en un hábitat terrestre diferente y más hostil, como consecuencia de los efectos del imparable calentamiento global del planeta, y coexistirá con varios sistemas de Inteligencia Artificial, con tecnologías tanto digital como cuántica y de robots humanoides. Lo que no sabemos es si lo hará en una sociedad democrática que respete los derechos humanos, la separación de poderes y los principios de libertad, igualdad, fraternidad y discriminación positiva hacia los más desfavorecidos.
Y no lo sabemos porque dependerá de cuál sea en ese momento el equilibrio de fuerzas entre las dos caras del ser humano: la razón –esa capacidad que tenemos para pensar, reflexionar y llegar a una conclusión, formando juicios sobre las cosas o situaciones basados en datos y hechos objetivos – y, por otro lado, las pasiones –estados de ánimo muy poderosos que pueden llegar a dominar la acción de las personas, aún a costa de «obnubilar» o hacer «perder la razón»–.
La historia de la humanidad es la historia de esa lucha perpetua entre razón y pasiones
La historia de la humanidad es la historia de esa lucha perpetua entre razón y pasiones, como ya expuso Platón al hablar del ser humano como de un carro alado, empujado por dos caballos que representan a las pasiones positivas (amor, empatía, gozo, compasión…) y las negativas (envidia, miedo, tristeza, odio…), guiados por un auriga que intenta controlarlos y que representa a la razón. Mientras que en La Ilíada se presenta como algo épico que las emociones negativas (celos, amor propio, orgullo) conduzcan a la guerra y la muerte, en La Odisea son las positivas (afán de conocimiento, amor, lealtad, confianza) las que afloran, con un final feliz tras el enriquecimiento espiritual acumulado a lo largo del propio viaje. Las pasiones combaten entre sí (Caín y Abel) mientras ambas intentan ser frenadas y dominadas por el auriga, que intenta darles una dirección única de avance subordinada a la razón. La razón nos conduce al diálogo entre diferentes, a los acuerdos en torno a las reglas y la democracia, mientras que las pasiones, en sus distintas presencias, son la base del populismo, la confrontación y la autocracia.
Decir que «la razón rige al mundo» (Hegel), como se supone que rige a la naturaleza, según afirman las leyes de la ciencia, es confundir deseos con realidad. De hecho, si aceptamos que el progreso es un avance permanente en el autoconocimiento humano, tenemos que reconocer que las sociedades y su historia son el resultado impredecible de la confrontación entre razón y pasiones/emociones, de la que está exenta la naturaleza.
Lo que sí podemos constatar es que a los humanos les va «mejor», en el sentido de progreso, en aquellos momentos en los que la razón (el derecho) gobierna la historia frente a cuando lo hacen las emociones (la fuerza). Por tanto, la idea hegeliana de que la razón rige al mundo es más una aspiración hacia la que debemos tender, con esfuerzo, que una descripción de lo que ocurre.
La idea hegeliana de que la razón rige al mundo es más una aspiración que una descripción de lo que ocurre
No obstante, en algunas ocasiones, los defensores de los sentimientos positivos (misticismo, espontaneidad, inspiración, arte, amor…) se han rebelado contra lo que han llamado la tiranía de la razón. El movimiento conocido como Romanticismo, a finales del siglo XVIII, es sin duda el más relevante, con Goethe como máximo representante. A principios del siglo XX y tras el impacto del inconsciente y el análisis de los sueños de Freud, el surrealismo, muy centrado en el arte, fue otra expresión positiva de un intento de liberarse de los grilletes de la razón. Si hemos sido capaces de expresar la complejidad del mundo mediante combinaciones de 0 y 1, podemos hacerlo también con la naturaleza humana, simbolizada por las dos caras opuestas de Jano.
En este ensayo trataremos de eso y del pulgar inteligente. Conviene recordar que los pulgares oponibles han sido esenciales en la evolución humana porque nos han permitido asir cosas, crear herramientas, ajustar la fuerza de la mano y desarrollar habilidades básicas para nuestra supervivencia. ¿Será la IA el equivalente evolutivo al pulgar reversible? ¿Cómo afectará ello a la dualidad de Jano y, en concreto, a la organización social más evolucionada jamás construida, a la que llamamos democracia?
Los humanos somos animales simbólicos (pensamiento, lenguaje) por naturaleza y sociales (protectores y cooperadores) por necesidad. Ambos aspectos se han ido retroalimentando desde siempre y constituyen la clave de nuestra supervivencia como especie frente a enemigos más grandes o más fuertes y en circunstancias cambiantes que exigen adaptación, incluidas dos esenciales: el tamaño de la comunidad (aumenta conforme lo hace el desafío) y las reglas que determinan su funcionamiento (ya que, al crecer, se hace más diversa). Y, a veces, se nos van las cosas de las manos.
La atracción fatal que los humanos sentimos por jugar a aprendices de brujos con lo desconocido ha quedado patente repetidas veces a lo largo de la historia. Y debe ser una característica general porque se contempla ya en la metáfora bíblica de esa manzana que nos hizo comer del árbol de la sabiduría, desatando la ira y el castigo divino que nos convirtió, precisamente, en los humanos actuales, sometidos a la compleja y conflictiva relación entre pasiones y razón.
Esta curiosidad innata no está reñida con el hecho de que nos movemos mal en medio del riesgo y de la incertidumbre. Tenemos tendencia a encontrar seguridad en explicaciones satisfactorias sobre lo que sucede en nuestro entorno y en nuestro mundo. Necesitamos entender las cosas que pasan, encontrarles una causa que dé cuenta de ellas. A lo largo del tiempo hemos ido llenando esta necesidad con diferentes explicaciones, que han ido desde lo mítico a lo religioso, la filosofía y, cada vez más, a la ciencia.
Este texto es un extracto del libro ‘El pulgar inteligente y la democracia enferma’ (Editorial Tirant, 2025) de Jordi Sevilla.
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