Ciencia, invasión, estupidez y peluquerías Carlos Raul Hernandez

 14/09/2025 

“El cinismo es el único pecado del que es imposible arrepentirse…al servicio de la bajeza”. Peter Ustinov


Muere canguro en un zoológico porque el público le arrojaba piedras para verlo saltar. En Argentina se asfixian dos delfines, uno en Santa Teresita (2016) y otro en Tuyu (2025), víctimas de pequeñas turbas de turistas que los sacan del agua para tomarse selfies (!malaya un tiburón¡) En una playa tropical, talentoso en traje baño lanza una tortuga girándola en el aire como un frisbee. En Macedonia, turista búlgara forcejea con un cisne para sacarlo del lago y hacerse la debida selfie; el animalito termina muerto. En el primitivo Haití duvalierista, sacrificaron cuanto perro negro consiguieron, no por racismo, sino porque un conspirador se había “transformado” por artes del vudú.

En la moderna España, terminada la temporada de caza, mequetrefes cuelgan los galgos de árboles para practicar tiro con ellos. Mamis de compras, dejan sus bebés encerrados en autos y los consiguen á moitié cuit al regreso. Un barbudo cuarentón quería que despidieran a una cajera de Mercadona que le dijo señor, pues él era “señora”. En un país suramericano cabecillas políticos doble “A”, se juegan la carta de una invasión extranjera que les haga el trabajo, sin pensar en las consecuencias. Hay gente no solo “vegana”, lo que sería suficiente emblema, sino que lo imponen a sus mascotas, perros o gatos, con daños graves.

Médicos alertan esa “alimentación” en el embarazo por riesgo de perjuicios irreversibles al feto Semejantes episodios se repiten continuamente a todas las escalas. George Berkeley, filósofo irlandés del siglo XVIII, planteaba que los animales no sentían dolor, aunque parecía que sí, porque “la naturaleza” los hacía imitar a los humanos. Según la I. A, cada persona incurre en entre cincuenta y cien gaffes al día en la vida común, mecánicas o de juicio y de muchas se entera por los vidrios rotos. Nos interesan especialmente las segundas, las conscientes, producto de la “unidad dialéctica” sentido común-imbecilidad.

Marx condenó la izquierda a ser eterna reproductora de pobreza, con un libraco, El Capital, dedicado a “demostrar” que empresarios y trabajadores, los factores de la producción, son enemigos. Otro consideraba que todos teníamos sentido común (bon sens), pero no lo usábamos mucho; por eso recomienda dudar de todo. Hay quienes traicionan con el mayor cinismo, sin pensar en las consecuencias. Varios gansters que engañaron a Corleone, todos astutos, hábiles, malvados, eran estúpidos: Carlo Rizzi, Don Altobello, Tessio, este último invoca sobre su estafa a Corleone el célebre “no es personal, sino negocios”.

Para Kant el sentido común (gemeinsinn), la “sabiduría popular”, es una gama de ideas “verdades sencillas y evidentes de la sabiduría convencional que no requieren sofisticación del entendimiento ni prueba, porque concuerdan con las capacidades intelectuales básicas y las experiencias del cuerpo social…un sentido interno que vincula los cinco sentidos”, fundamento empírico de la praxis. Es la experiencia, que ayuda a sobrevivir asociados, forma la opinión, la doxa que supone al “pensamiento reflejo de las cosas o fenómenos”, un espejo. Kant parte de que la realidad no se proyecta sino hay que desnudarla (aleteia) y el pensamiento es un factor activo que no refleja, sino construye la realidad.


El problema surge cuando esa razón involuta, el sentido común, se filtra a otras áreas como la política, y políticos y “expertos” razonan como parroquianos: “un tipo de entendimiento básico compartido por mucha gente, que quien no lo asume pasa por tonto o insano … recibe rechazo”. Además de asistematicidad, el pensamiento se torna equivógeno. Hitler y Mussolini en sus gobiernos alcanzaron tasas altísimas de popularidad, según estudiosos 70 %; Trump ganó el segundo período con amplia mayoría. Perón aún es un mito en la política argentina, setenta años después de destruir al país.

El modelo del científico es Copérnico: contra ideas milenarias, apariencias aplastantes, descubrió, que la tierra daba vueltas alrededor del sol y enfrentó la jauría con coraje. Einstein dice que el tiempo de una pareja de amantes no es igual que para quien espera un tren retrasado. Las ideas del sentido común, los prejuicios, pueden ser chispas para el conocimiento, porque la ciencia se construye al cuestionarlos y superarlos. Solemos usar al mismo tiempo dos nociones de sentido común medianamente contradictorias entre sí. Una lo entiende como verdades evidentes, axiomáticas, tan palmarias que no necesitan demostración (el agua moja, el fuego quema, arroparse en el frío, no arrojarse a cruzar sin ver bien, el semáforo está en verde).

Otra, pensamientos más abstractos, la teoría política que se practica en el taxi o la peluquería al alcance de la generalidad de la gente. Para Marx, él mismo un connotado ideólogo, el sentido común es ideológico (falso). Kant explica que cada individuo entiende el mundo de acuerdo con la sofisticación de su aparato cognoscitivo, desarrollo conceptual, experiencia, inteligencia y de eso dependen sus límites. Lo empírico no es universal y por eso el sentido común, la doxa, tiene un valor primario, ni erróneo ni acertado, insumo para comenzar a pensar. De su digestión y confrontación surgen acierto y error, el pensamiento crítico, la filosofía, la episteme, el sentido sabio de la ciencia.

Los griegos diferenciaban claramente entre ellas. En nuestra época hay quien recomienda la “transvaloración de los valores”, desacreditar los principios comunes para crear constructos políticos ilusorios o utópicos. En estas ligas menores (“América será grande otra vez”, “tarifas, la palabra más bella”) aportamos nuestra teoría política de taxi y peluquería: “la hora cero”, “viene el quiebre”, “se desintegra la coalición gobernante”, “esto se acabó”. Cabecillas impreparados y pueriles que dirigen los haters y bots, nos quieren chantajear. Dietrich Bonhoeffer afirma que “la maldad es consciente, activa, deliberada, comprensible en su lógica perversa”, y capaz de prever las consecuencias, mientras “la estupidez es un escudo contra la razón, la lógica, la evidencia”, no es capaz de avizorar efectos, ni los imagina: “lleva el germen de su autodestrucción”.

@CarlosRaulHer

https://www.eluniversal.com/el-universal/215821/ciencia-invasion-estupidez-y-peluquerias

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