Regulaciones, altas tasas impositivas, rechazo a la competencia, Estado propietario-agencia-de-empleo, reticencia a las inversiones globales. Esa calamidad ya había aparecido en Iberoamérica en los flujos de la Revolución Mexicana y Perón

Da pena repetir el sublime lugar común de que la historia es una vez tragedia y otra, comedia. A Trump y Biden correspondió un momento parecido, pero no tan grave como los de Reagan y Clinton. Estos demostraron ser estadistas y los otros, parodias, sacar del declive y relanzar a EE. UU con coraje, éxito, eficacia y sin atropellos a las instituciones ni a los seres humanos. Los métodos para conseguir con asombrosos éxitos los objetivos, hacen lucir a los actuales como caricaturas que llegaron al cargo sin tener mínimas condiciones, a improvisar disparates, insensateces, vaudevilles. Durante el período de Jimmy Carter (1977-81) EE. UU se desploma como potencia y como sociedad, en el eclipse del modelo económico impuesto por Franklin Roosevelt: populismo, intervencionismo, aranceles de protección a las “empresas nacionales”.
Regulaciones, altas tasas impositivas, rechazo a la competencia, Estado propietario-agencia-de-empleo, reticencia a las inversiones globales. Esa calamidad ya había aparecido en Iberoamérica en los flujos de la Revolución Mexicana y Perón. Nixon y Carter controlan precios de alimentos y medicinas, y fracasan. No permitían siquiera a las líneas aéreas bajar los costos de los boletos para no perjudicar a “las pequeñas”, con inflación de dos dígitos, recesión y alto desempleo, estanflación. Sin el incentivo de la competencia para mejorar, la base de la industria norteamericana, entonces el automóvil, se derrumba. Eran pesados dinosaurios de hierro, caros, ineficiente uso de combustibles y altamente contaminantes. El mundo, en cambio, se llenaba de ligeros Toyota de aluminio y nuevos materiales, sistemas de sonido Pioneer high tech, computadoras más pequeñas y poderosas Toshiba, televisores Sony, made in Japan.
La URSS avanzaba devorando el planeta: crecen las euroizquierdas, adquiere cabezas de playa en Hispanoamérica y. proliferan revoluciones asiáticas y africanas. Derrotados EE. UU en Vietnam y Cambodia, bullían libros, foros, folletos, debates en círculos intelectuales y académicos, sobre “su final” ante Japón y la URSS. Lo ilustraban la crisis energética de 1973, el helicóptero en fuga de la embajada en Saigón (1975), el auge terrorista árabe y europeo, el secuestro de diplomáticos norteamericanos por el fundamentalismo islámico en Teherán y el fracaso en su rescate (1979). Triunfa el sandinismo (1979), la violencia se extiende a Guatemala, El Salvador, Honduras y viene la debacle en Iberoamérica por la crisis de la deuda (1984).
Mientras todos hablaban de la caída de EE. UU, en noviembre 9 de 1989 ¡asombro! cae el Muro de Berlín, sin que por semanas pudiera recuperarme del estupor. Es la hazaña histórica de Ronald Reagan (1981-1989), Juan Pablo II, Gorbachov y otras figuras. “Deconstruir” su estrategia sepultada por la mediocridad, la ideología anacrónica que quiso denostar de. “neoliberal” o “neoconservador” según el gusto. “Desnacionalizaba la industria norteamericana”, al bajar aranceles de importación, con invasión de productos baratos importados, que pusieron a correr a las industrias para actualizarse o morir, lo que Schumpeter llama “destrucción creativa”. Hollywood era antijaponés e izquierda y derecha plañían por las siderúrgicas y metalmecánicas, contra los malditos “autos enanos amarillos”.
La reencarnación del anacronismo económico, Trump, aún reclama esos cadáveres industriales y lamenta el hoy “cinturón de óxido”. En alguna cinta, De Vito llora por la quiebra de una fábrica que era el “alma” de su pequeña ciudad. Y hasta Sean Connery protagonizó una contra “la conspiración” tecnológica japonesa. El efecto dinámico reconvirtió la industria, que fue al gimnasio y salió a producir competitivos automóviles, computadoras, televisores. General Motors, Ford, Chevrolet renacieron. Reagan conjuga altas tecnologías de EE. UU, Alemania, Inglaterra, Francia, Japón, en el escudo misilístico espacial la Iniciativa de Defensa Estratégica o Guerra de las Galaxias, lo que indujo a la URSS a invertir 60% de su presupuesto en defensa, y la desbarató.
Luego Bill Clinton (1993-2001) delega en Al Gore la revolución tecnológica que pasmó a Japón, creó 20 millones de empleos y colocó a EE. UU de nuevo en la cima. Por fortuna para la humanidad, ninguno de ellos puso en ascuas al planeta en guerras con la URSS e incorporaron a China a la producción masiva de riqueza. Pero en adelante los norteamericanos se sienten seguros, subestiman la innovación (“lo que no crece comienza a morir” dijo Darwin) y se dedican a la guerra. Entre tanto China, sus hijos adoptivos y hermanos, hicieron lo que Reagan y Clinton: crear un supermercado de capitales. China: India, Sudáfrica, Indonesia, Vietnam, Bangladesh, Cambodia, Malasia, México, Uruguay, Brasil, Sur Corea, Taiwán, Chile, Uruguay, Etiopía, Kenia, Senegal, Nigeria, Ghana, Senegal, y muchos otros.
Por efecto de la “reaganomía”, son hoy potencias mundiales o regionales. Las que lucharon contra el “neoliberalismo”, se lanzaron al abismo. Por consejos de Rand Corporation, Biden -OTAN montan meticulosamente una guerra proxy con Rusia con el estúpido plan de debilitar a China y, como en una película de Groucho Marx, todo sale al revés y mal. La guerra viene a nombre de los “valores de occidente”, que excluye deliberadamente Asia y África y deja en la cuerda floja a Latinoamérica que no sabe muy bien qué es. La liquidación del paradigma Reagan-Clinton, el suicidio, comienza con Trump, seguido por Biden y nuevamente Trump: la capacidad para liderizar el mundo, sobró a los dos primeros, pero falta a los otros dos y deciden arrestarlo a punta de pistola.
La obsesión demencial, psicótica de reducir a China, lanzándola en brazos de Rusia. Para el comienzo de esas zarrapastrosas hostilidades con su principal socio comercial, Xi Jinping declaró “China no exporta pobres, revoluciones ni problemas. ¿Qué hay contra nosotros?”. La locura global avanza: aranceles-amenazas “sanciones” al mundo para el ilusorio “retorno de las inversiones a suelo norteamericano”, es decir, proteccionismo y por las malas. Mientras Reagan-Clinton fueron progresivos (no “progresistas”, ¡por Dios!). Biden y Trump son factores de involución, uno por progre y otro por reaccionario. El mundo pasa el martirio de ver -y vivir- alguien mental, intelectual y moralmente ímprobo al podio de la primera potencia.
En estas 25 semanas, los magazolanos han alternado semanalmente un “ultimátum” con un “ahora si comienza la invasión”. Pienso que esta idea pudo pasar por los más calenturientos trumpistas, pero los previsibles efectos desastrosos en lo interno y externo de EE. UU, la hacen desechable. Los magazolanos apuestan a su eterna ilusión: que cubanicen al país para producir “el quiebre”. Trump ya conoce los costos (en vidas) de “la invasión”, sabe que solo ganó desprestigio con ejecutar 80 lancheros y se pasa a la nueva tragicomedia: ahorcar la economía de nuestro país, con la estrafalaria tesis de que “la nacionalización petrolera le robo petróleo, tierras y propiedades a EE. UU”. Como si el constructor del edificio dónde vives, te acusara de robarlo porque las cabillas, el cemento, la arena, la madera y los obreros que hicieron tu apartamento, los pagó él”. Veremos los resultados de la nueva farsa.
@CarlosRaulHer
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