Séraphine Louis : exquisita sensibilidad se une una fuerza interior arrolladora


Séraphine Louis (1864-1942)

También conocida como Séraphine de Senlis. Su vida sigue siendo una desconocida. Es huérfana desde los 7 años. Algunos de sus rasgos característicos son su discreción y timidez; no hablaba con nadie. Dedicó su vida al trabajo, primero como pastora, después a servir, tanto en casas de la burguesía como en un convento de monjas. Esta francesa comenzó a pintar a los 42 años, aunque nadie sabe ni cómo ni por qué; ya que no tenía ninguna formación académica. Su obra se compara con la de Vicent Van Gogh, pero no parece que haya recibido ninguna influencia de ningún pintor, por lo que se muestra única en su género.
En 1912, el coleccionista alemán Wilhelm Uhde –descubridor de Picasso, Braque y Rosseau– se fijó en Séraphine durante su estancia en Senlis. Durante unos años, Séraphine se convirtió en la artista naïf del momento, sus obras se dieron a conocer en la capital francesa y en los círculos vanguardistas. Pero Uhde fue perseguido por la Gestapo y, debido a la Gran Depresión, dejó de comprar sus pinturas.
Séraphine cayó en en la miseria y en el olvido. En 1932 la invadió la locura, y pasó los últimos diez años de su vida en un hospital psiquiátrico de Francia por psicosis. Desde entonces, su obra se sumió en la oscuridad, dejó de pintar. En 1942 muere de hambre en el psiquiátrico de Clermont, en la zona ocupada por los alemanes durante la II Guerra Mundial. Fue enterrada entre los anónimos, en una fosa común.
Recomendación cinematográfica: «Séraphine» de Martin Provost (2008), ganadora de 7 premios César, entre ellos mejor película y mejor actriz (Yolande Moreau).

“Séraphine”: Brochazos de sensibilidad e inquietud artística

 El talento artístico puede brotar en los lugares más insospechados, aunque hurgando en la vida del protagonista siempre se encontrará mucho trabajo y una permanente inquietud teñida de algo de excentricidad. Eso es lo que hace el francés Martin Provost en “Séraphine”, biopic sobre la pintora del mismo nombre, dibujado con rasgos contenidos y colores vivos sobre un lienzo dramático y un ambiente en ebullición. En los albores de la Gran Guerra, el coleccionista y marchante alemán Wilhem Uhde se ha retirado a Senlis, a las afueras de París, y allí queda deslumbrado por la fuerza de un cuadro arrinconado en una casa burguesa. La sorpresa es que Séraphine, la mujer que limpia su casa, es quien lo ha pintado desde la mayor de las inocencias. Es una mujer de baja condición y sin estudios, que trabaja como limpiadora para varias señoras y así poder comprar un poco de barniz o cola, mientras que los colores los prepara ella misma con productos naturales o despojos hurtados. A su exquisita sensibilidad se une una fuerza interior arrolladora que funde con su sincera religiosidad y cierta tendencia visionaria, elementos que plasmará en sus pinturas y que explicarán su dramático devenir.
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La película de Provost bucea en un espíritu único en una época de vanguardias en que la subjetividad del artista cobraba mayor importancia que la misma realidad. Por eso, intenta plasmar en sus imágenes la misma inocencia e intensidad dramática con que la pintora lo hacía en sus lienzos. En la primera parte de la cinta se respira, por eso, el aire y el viento de la Naturaleza, la frescura de sus aguas y la paz de sus días, en la mejor tradición del cine impresionista francés. La fotografía es luminosa, la planificación cuidada y el ritmo parsimonioso, mientras que los diálogos son parcos y sencillos, con la misma ingenuidad de las pinturas de Séraphine. La llegada de la 1ª Guerra Mundial y más tarde de la Gran Depresión pasa de puntillas porque al director no le interesa entretenerse con el entorno político-económico, pero sí dejar un rastro de oscuridad y drama en el alma del artista, sumida en la noche de las tinieblas y en la locura del espíritu. Sus cuadros se cargan entonces de dinamismo y tensión, las sombras y los interiores ganan terreno a la luz y a los paisajes naturales, su existencia de aleja de la realidad y con esa enajenación llega lo mejor de su obra, lo más íntimo y personal, como ha sucedido a tantos artistas visionarios e incomprendidos en su tiempo.
De manera paulatina y sin estridencias, con un tono comedido y casi imperceptible, el espectador asiste al deslumbramiento/caída de la pintora y percibe el abismo que se abre entre ella y el mundo. La mirada de Uhde sirve tanto para vislumbrar esa pureza del “arte primitivo” que la modernidad redescubre como para conmoverse con el desquiciamiento de su autora. Provost logra con todo una película artística, apoyada sobre una puesta en escena ajustada al tema, de tempo contemplativo y sin concesiones dramáticas gratuitas y fáciles. Intimista pero nada sensiblera, fotografía y música encuentran en la soberbia interpretación de Yolande Moreau el contrapunto perfecto para transmitir un estado del espíritu, capaz de sentir el frescor de las aguas o la rugosidad del tronco de un árbol como de reflejar la agitación y el torbellino interior de unas voces angelicales que vienen a los desposorios de un alma inquieta. Su manera de mirar las pinturas, el carácter artesanal con que fabrica sus colores, su contacto con la Naturaleza, la evolución en su relación con Uhde… son momentos exquisitos de un cine plenamente artístico.
Una buena película premiada por Francia nada menos que con siete premios César, incluidos el de mejor película, guión y actriz. Gustará a los amantes del cine artístico y del drama íntimo y silencioso, a los que no les importe la lentitud del relato ni esperen vidas exaltadas, porque sus imágenes están impregnadas de delicadeza y sensibilidad, de inquietud artística y humanidad.

http://www.miradadeulises.com/2009/05/seraphine-brochazos-de-sensibilidad-e-inquietud-artistica/

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