Borges, dichos y anécdotas (II)

30.3.2016 Juan Pablo Brunetto



Escrito por María Esther Vázquez:

Cuando [Borges] era todavía profesor en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, una mañana irrumpió un muchacho en su aula y lo interpeló:
—Profesor, tiene que interrumpir la clase.
—¿Por qué? —preguntó Borges.
—Porque una asamblea estudiantil ha decidido que no se dicten más clases hoy para rendir homenaje a Fulano de Tal [Ernesto Guevara].
—Ríndale homenaje después de la clase —agregó Borges.
—No. Tiene que ser ahora y usted se va.
—Yo no me voy, y si usted es tan guapo, venga a sacarme del escritorio.
—Vamos a cortar la luz —prosiguió el otro.
—Hágalo. Yo he tomado la precaución de ser ciego. Corte la luz, nomás.
Borges se quedó, habló a oscuras, fue el único profesor que dictó su clase hasta el final y sus alumnos, impresionados, no se movieron del aula.

Borges, sus días y su tiempo, de María Esther Vázquez. Javier Vergara, Buenos Aires, 1984.
Borges sobre las elecciones democráticas:

Creo que dentro de quinientos años serán prematuras.

Borges el memorioso. Conversaciones de Jorge Luis Borges con Antonio Carrizo, de Antonio Carrizo. Fondo de Cultura Económica, México D. F., 1982.
Contado por Borges a Osvaldo Ferrari en radio:

Cuando yo estuve en Madrid, alguien me preguntó si yo había visto el Aleph. En ese momento yo me quedé atónito; mi interlocutor —que no sería una persona muy sutil— me dijo: «pero cómo, si usted nos da la calle y el número». Bueno, dije yo, ¿qué cosa más fácil que nombrar una calle e indicar un número? (ríe). Entonces me miró, y me dijo: «Ah, de modo que usted no lo ha visto». Me despreció inmediatamente; se dio cuenta de que, bueno, de que yo era un embustero, que era un mero literato, que no había que tomar en cuenta lo que yo decía […] y días pasados me ocurrió algo parecido: alguien me preguntó si yo tenía el séptimo volumen de la enciclopedia de Tlön, Uqbar, Orbis Tertius. Entonces, yo debí decirle que sí, o que lo había prestado; pero cometí el error de decirle que no. Ah, dijo, «entonces todo eso es mentira». Bueno, mentira, le dije yo; usted podría usar una palabra más cortés, podría decir ficción.

En diálogo I, de Osvaldo Ferrari. Sudamericana, Buenos Aires, 1998. Son siete los libros con Ferrari. Borges en diálogo, 1985. Libro de diálogos, 1986. Diálogos últimos, 1987. Diálogos, 1992 (antología de conversaciones seleccionadas de los tres libros anteriores). En diálogo I, 1998 (junto a En diálogo II reproduce todos los textos de los libros anteriores). En diálogo II, 1998 (junto a En diálogo I reproduce todos los textos de los libros anteriores). Reencuentro. Diálogos inéditos, 1999.
Artículo en respuesta a la necrología aparecida en el diario francés Le Figaro, en 1957, acerca de la supuesta muerte de Borges:

«Una noticia breve anunció esta semana la muerte de Jorge Luis Borges, acaecida en Buenos Aires. Desaparece así uno de los grandes escritores de la literatura argentina… etc., etc.»
El articulista, notablemente informado, añade que Borges «parecía tener cierta predilección por saltar de una civilización a otra, para efectuar comparaciones muy suyas.»
Como respetamos por igual el testimonio del Figaro y el de nuestros sentidos, tenemos que llegar a la conclusión de que Borges habita actualmente en ambos mundos, como uno de sus propios personajes.
Los sabuesos del Figaro habrán tenido noticia de su presencia en el mundo de las sombras quizá por François Mauriac, que últimamente anda muy preocupado con el más allá.
Pero nosotros no podemos seguir con esta duda. Que el Figaro aclare su posición y la de Borges. Si no lo hace dentro de los ocho días, mataremos a Camus en esta misma página.

Una biografía en imágenes. Borges, de Alejandro Vaccaro. Ediciones B. Argentina, Buenos Aires, 2005.
Borges sobre las dictaduras:

Un gobierno de militares no es menos arbitrario y singular que un gobierno de astrólogos, de escritores, de carpinteros, de diabéticos o de buzos.

Diálogos, de Néstor Montenegro. Nemont, Buenos Aires, 1983.
Escrito por Borges, sobre su primer libro:

Se imprimieron trescientos ejemplares. En aquellos tiempos publicar un libro era una especie de aventura privada. Nunca pensé en mandar ejemplares a los libreros ni a los críticos. La mayoría los regalé. Recuerdo uno de mis métodos de distribución. Como había notado que muchas de las personas que iban a las oficinas de Nosotros —una de las revistas literarias más antiguas y prestigiosas de la época— colgaban los sobretodos en el guardarropa, le llevé unos cincuenta ejemplares a Alfredo Bianchi, uno de los directores. Bianchi me miró asombrado y dijo: «¿Esperás que te venda todos esos libros?». «No —le respondí—. Aunque escribí este libro, no estoy loco. Pensé que podía pedirle que los metiera en los bolsillos de esos sobretodos que están allí colgados». Generosamente, Bianchi lo hizo.

Autobiografía, de Jorge Luis Borges. El Ateneo, Buenos Aires, 1999. Traducción de Marcial Souto y Norman Thomas di Giovanni.
Contado por Borges a Gustavo Cobo Borda en 1985:

En Santiago del Estero —recuerda Borges— un paisano orina en mitad de la plaza. Se le acerca un guardia y lo reprende: «Eso no se puede». El paisano responde: «Estoy pudiendo», y continúa en su tarea.
•●•
El otro día me contaron un cuento. Alguien pregunta dónde queda el baño. Le responden: baje la escalera, tome su derecha y allí, al final del pasillo, donde vea un letrero que diga «Caballeros», no haga caso de él y entre. 

Borges enamorado, de Juan Gustavo Cobo Borda. Instituto Caro y Cuervo, Santafé de Bogotá, 1999. 
Contado a Bioy por Silvia Renné Arias:

Le recuerdo, a propósito, una anécdota de Borges, a quien una señora saludó un día, mientras cruzaban la calle. «¿Usted es Borges?», le preguntó ella. «Claro, pero si seguimos aquí voy a dejar de serlo».

Bioy en privado, de Silvia Renné Arias. Guías de Estudio Ediciones, Buenos Aires, 1998.
Contado por José R. Simone:

Borges espera el ascensor en la Biblioteca Nacional. Después de un largo rato, impaciente, le dice a la persona que lo acompañaba: «¿No prefiere que subamos por la escalera, que ya está totalmente inventada?».

El otro Borges, de Mario Paoletti. Emecé, Buenos Aires, 2010.
Dialogan Borges y Sabato, hacia 1975:

SABATO: Sí, pero podría ser un Dios imperfecto. Un Dios que no pueda manejar bien el asunto, que no haya podido impedir los terremotos. O un Dios que se duerme y tiene pesadillas o accesos de locura: serían las pestes, las catástrofes…
BORGES: O nosotros.

Diálogos Borges • Sabato, de Orlando Barone. Emecé, Buenos Aires, 1976.
A manera de cuento. Escrito por Bioy Casares según lo oyó respectivamente de Borges, de Norman Thomas Di Giovanni y otra vez de Borges:

Santiago del Estero [cuenta Borges] está muy cambiado. Con agua. Ya no hay ese paisaje rarísimo, de esa costanera extendida sobre arena. Me mostraron el banco de una plaza en que mataron, en el año del Centenario, a un muchacho Fonseca Lugones, pariente de Lugones, y amigo de la casa. Estaba sentado allí y un periodista rival —Fonseca Lugones era director del otro diario de Santiago— le dijo: «Hola, Coya» (lo llamaban así porque su familia descendía de Bolivia). El interpelado se volvió y su rival lo mató de un tiro. El pueblo, para expresar su indignación, pintó de rojo todas las puertas de las casas, desde el lugar del asesinato hasta la casa del muerto. […] Algunos años más tarde, el hijo del asesino fue elegido gobernador de la provincia, hizo un buen gobierno, etcétera.
•●•
En su viaje a los Estados Unidos, cuando llegan a Austin, Borges hace llamar a su viejo amigo, el español López Mateo. En seguida, el español va al hotel; se abrazan con Borges, se cuentan lo que han hecho en estos últimos años y hablan de literatura. Elsa [esposa de Borges] se siente olvidada y se va a su cuarto. Pronto es la hora de almorzar. Conversando como dos chicos embelesados (o como dos viejos amigos llenos de aficiones y de manías comunes, que es lo que son) bajan al restaurant. Allí advierten la ausencia de Elsa. Borges manda a Di Giovanni a buscarla. Éste golpea la puerta. No le contestan. Alarmado, golpea más fuerte. «¿Quién es?», pregunta Elsa. «Yo, Norman. Borges le pide que baje.» «Si no viene él mismo a pedírmelo, no bajo.» Va Norman. No sabe cómo interrumpir el diálogo de los amigos. Por fin los aparta y le dice a Borges lo que sucede. Borges, resignado, va arriba. En ese momento llega un ramo de flores que la Universidad manda para Elsa. Norman dice: «Qué suerte. Qué oportuno. Nada le gusta a Elsa tanto como las atenciones. Heather, lleváselas arriba». Va Heather [esposa de Norman]. En el corredor del piso alto se encuentra con Borges que viene hablando solo, evidentemente desesperado; habla en inglés y se queja de su mala suerte, de que la mujer se porta a los sesenta años como si tuviera doce. Heather trata de calmarlo. Borges [ya ciego] apenas tiene conciencia de la presencia de Heather; sigue su monólogo. De pronto se abre una puerta y surge Elsa, con su mejor sonrisa (cuando Borges se enoja de veras, Elsa se asusta). Entran los tres en el ascensor. Borges no sabe que ahí está Elsa y sigue despotricando, en inglés. Como Elsa no entiende inglés, cuando llegan abajo lleva aparte a Heather y le pregunta qué decía Borges. Como Heather no puede decirle eso a Elsa, le contesta con vaguedades, del tipo: «Está un poco alterado, pero se le va a pasar».                                                                         
•●•
Me refiere [Borges] la visita al juez [de divorcio]. Entró después de Elsa; dijo algunas cosas que —explicó— no había mencionado en el escrito en la esperanza de mantener un nivel de decoro. El juez lo escucha con impaciencia. Borges pensó que esa actitud del juez era un mal signo, que ya debía de estar convencido por Elsa. Después vino la revelación sorprendente: el juez estaba apurado porque quería leerle unos sonetos. «Los alabé con el debido entusiasmo». La realidad siempre nos gana. Para adularlo, porque era de Santiago del Estero, le dijo que había sido amigo de un tal Fonseca Lugones, a quien había asesinado en la plaza, por razones políticas, un tal Cáceres. «Ese Cáceres —señaló el juez— era mi padre.»

Borges, de Adolfo Bioy Casares. Destino, Buenos Aires, 2006.
Contado por Borges a un auditorio:

Posiblemente todo el mundo es un sueño, toda la historia es un sueño. Ese sueño puede no ser soñado por nadie. Es un sueño que se sueña. La historia es parte de ese sueño y yo, en este momento, soy parte del sueño de cada uno de ustedes, por lo que puedo decir que el sueño de ustedes es un poco trivial.

Cuadernos Hispanoamericanos Nº 539 – 540, 1995, p. 171 a 176. Transcripción de Juan Carlos Dido. De la última conferencia dictada por Borges, el día 5 de septiembre de 1985.

No hay comentarios:

Publicar un comentario