CARLOS SEGOVIA
“Es como una hipnosis colectiva. Haría falta que tras la puerta de cada hombre feliz y satisfecho estuviera alguien con un martillo pequeñito que le recordase continuamente con sus golpes que existe gente desgraciada, que la vida, por muy feliz que sea, tarde o temprano le enseñará sus garras y la desgracia (la enfermedad, la pobreza, la muerte) caerá también sobre él, y entonces nadie lo verá ni lo oirá, como ahora él tampoco oye ni ve a los demás” La grosella. Chejov
I Tres primeras aproximaciones.
1.1. El jazz-club.
Llamémosla Ella en honor a la famosa cantante. Aunque ella no fuese cantante ni famosa, sino meritoria recién licenciada en vaya usted a saber qué rama de las múltiples que ofrecen los estudios filológicos. Hace ya más de diez años. Así que es más que probable que lo que aquí preciso no se ajuste a la realidad de lo ocurrido, lo cual, no tiene mayor importancia de cara al objetivo que se persigue. Nos encontramos en un receso del ensayo de la Big Band. Me siento en las escaleras por las que se accede al sótano-club. Intento vaciar la cabeza de ruido. Ella se sienta a mi lado y me pregunta qué entiendo yo por kitsch. Hay que decir, para que se atisbe el sinsentido de la pregunta, que Ella ha leído hace un par de días un artículo mío en una revista local, un artículo del que ahora no recuerdo nada excepto que mencionaba un prototipo de piano transparente relleno de agua y peces de colores. Por supuesto, yo no tengo absolutamente nada que decir acerca del concepto propuesto. Mi único objetivo es vaciar la cabeza de ruido antes de retomar el ensayo. Ella habla, o mejor, desparrama una ristra infinita de vocablos que se tornan incomprensibles para mis oídos no avezados en terminología estética. Decido no escucharla, aunque no deje de hablar. Habla y habla, aunque en realidad no diga una sola palabra. No me pasó desapercibido,- aquello que un día descubriré que Lacan llama lenguaje universitario (1) -, su discurso codificado, vacío. Habla como hablaría el muñeco de un ventrílocuo. Así que esto es el kitsch, la pretensión de decir, el discurso aparente, la mentira disfrazada de verdad. De alguna manera, también es kitsch lo que perpetramos con la Big Band; todos esos patrones rítmicos precocinados, todas esas improvisaciones tan enjauladas en la estructura armónica como previsibles, todos esos clichés inevitables, todo ese ruido. Así que esto es el kitsch, me digo, la inevitable mentira adosada a cada gesto, a cada palabra. El kitsch como mentira; como mentira con pretensiones, como mentira que pretende derrocar la verdad, si es que algo como la verdad, es posible. Asocio desde este primer instante, kitsch y mentira. Ella continúa hablando, aunque es realidad no habla, sino que es hablada.