En ‘Tempestad en la pecera’ (Alianza Editorial), Bruno Patino analiza las opciones que tiene la sociedad para escapar del secuestro emocional de las pantallas y conseguir hacer frente al capitalismo digital que nos ha transformado.
Bruno Patino
Antes de que la covid-19 controlara durante un tiempo el orden del mundo, la dependencia de las pantallas y el brain hacking de las notificaciones y del dark design –estas herramientas derivadas de las neurociencias presentes en las aplicaciones que nos hacen perder una parte del control, creando en nosotros el deseo compulsivo de echar un vistazo al móvil– estaban a la orden del día. Y como las aguas gélidas del cálculo egoísta nunca están lejos de la generosidad militante, el mercado y los movimientos ciudadanos habían empezado a ocupar el terreno.
La captología, la ciencia digital que aplica la neurociencia al diseño de aplicaciones para captar una parte creciente de nuestra atención, no es un complot manipulador, sino mero pragmatismo utilitario. Utiliza en el diseño de determinadas aplicaciones fenómenos conocidos hace tiempo y documentados por los estudios: se recurre a la recompensa aleatoria (puesta en evidencia por Burrhus Frederic Skinner y sus ratas) para convertir ciertas aplicaciones en instrumentos tan adictivos como una máquina tragaperras de casino, se utiliza la teoría de la experiencia óptima de Mihaly Csikszentmihayi para que el uso mecánico no sea ni demasiado sencillo ni demasiado complicado y, finalmente, el «efecto Zeigarnik», o efecto de completud, para empujarnos a encadenar las diferentes tareas, incluso cuando son insatisfactorias.